jueves, 29 de agosto de 2013

A 40 años del golpe: las verdades prohibidas…



Multitudinarias manifestaciones populares pidiendo la salida de Allende en el poder y el término
 del experimento socialista que destruyó el país y pisoteó la legalidad chilena.





La amenaza de "la calle",
por Orlando Sáenz.


El 40º aniversario del movimiento militar que derrocó al Presidente Salvador Allende ha generado numerosas iniciativas de medios de comunicación, centros de estudio y hasta escritores independientes para reconstruir ese trascendental evento y las circunstancias a él asociadas. Aunque varias de esas iniciativas ni siquiera logran disimular la búsqueda de efectos electorales, no está de más resaltar la conveniencia de revisar la historia por aquello de que "el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla".


Quienes vivimos de cerca el aciago período que tornó inevitable lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973 sabemos que los mil días de Gobierno de la llamada Unidad Popular fueron un infierno que casi destruyó a Chile y que la deuda histórica que nuestra patria contrajo con sus Fuerzas Armadas por su acción libertadora es impagable para un pueblo tan miope y malagradecido como el nuestro. Por eso es que nos preocupa tanto el comprobar que la enorme tergiversación que afecta a ese movimiento militar esté comenzando a producir la terrible condena de repetir el pasado que pesa sobre los pueblos que olvidan o falsifican su historia.


Recuerdo que, en el lapso entre el día de la estrechísima victoria electoral de Salvador Allende y el de su asunción del mando, él y sus colaboradores más cercanos se esforzaron en sostener reuniones con los sectores que sabían adversos, para aquietar sus temores y adormecer sus recelos. Asistí a algunas de esas reuniones y escuché varias veces su invariable mensaje: "Ayúdennos a cumplir institucionalmente nuestro programa, al que nos limitaremos, y eviten así que tengamos que apelar al pueblo movilizado que lo impondrá mucho más allá de esos márgenes". Por supuesto que, aunque lograron el beneficio de la duda, nunca tuvieron otra intención que la de implantar la dictadura del proletariado a como diera lugar, y en la búsqueda obsesiva de ese propósito destruyeron su legitimidad y echaron a andar el reloj inexorable que condujo al 11 de septiembre de 1973.


Por lo demás, conviene especialmente recordar que la intromisión militar en el Gobierno de la Unidad Popular se inició casi un año antes del golpe de Estado y a invitación del propio Presidente Allende y que fue durante ese período cuando los militares se convencieron de que su Gobierno era incorregible desde su interior.


Como si no hubieran aprendido nada de esa trágica historia, el mensaje de ahora es: "las transformaciones que Chile necesita imprescindiblemente no se pueden lograr con consensos amplios, de modo que ayúdennos a alcanzar las mayorías Parlamentarias necesarias para implementarlas institucionalmente, porque, si no, tendremos que imponerlas con la calle y serán mas radicales". La única diferencia con el mensaje de Allende es que lo que entonces era "pueblo" ahora se llama "calle".


Ese mensaje, que ya circula en las tradicionales "pasadas de platillo", no solo es torpe, sino que es extraordinariamente imprudente. El único camino para perfeccionar y profundizar nuestra democracia, en lo que ya existe un amplio consenso, es el de un gran y transversal acuerdo político que opere rigurosamente en el marco institucional vigente. Vulnerar o destruir ese marco lo único que lograría sería transformar el consenso en conflicto y trasladarlo de la lógica dialéctica a la lógica de la fuerza. Y la fuerza, como ya les advirtió el propio Senador Escalona, no está con la "calle" y solo responde a la legitimidad que otorga y proviene de la institucionalidad imperante.


Quienes amenazan con la "calle" no ignoran que aluden a una masa sin rostro que, por muchos miles que la compongan, es una ínfima minoría en comparación con los millones de chilenos que quieren seguir progresando espectacularmente en paz, orden y estabilidad. Piensan, no obstante, que esa enorme mayoría es inerte y es comparable con un gran rebaño de corderos que va al matadero sin chistar. A los que así piensan les convendrá mucho que les enseñen lo que fue el paro de octubre de 1972, en que esos corderos le pararon el país por más de seis semanas al Gobierno de la Unidad Popular, y no por obra de burgueses del ABC1, sino que por una formidable movilización de trabajadores, estudiantes, camioneros, comerciantes, profesionales, pescadores, etcétera.


En esa fecha seguramente Salvador Allende aprendió que había un pueblo que no era su "pueblo" y que cuando los políticos habían fracasado en la tarea de encauzar el proceso surgieron de la nada los Vilarín, los Cumsille, los Bazán, los Durán, los Fontaine, los León y que ante ellos sus turbas solo servían para gritar y marchar, como la "calle" de hoy.


Sí, va a ser bueno evocar lo ocurrido entre 1970 y 1973, para beneficio de los chilenos que no vivieron esa época terrible y así aquilaten lo que sus padres hicieron en defensa de la libertad y para reivindicar el derecho a progresar en paz, en orden y en prosperidad. Y también será muy útil para los que, de tanto mitificar el Gobierno de Allende, se creen ellos mismos el cuento que forjaron para disimular su atroz fracaso. Sobre todo les conviene repasar cómo terminó la aventura de sobrepasar la institucionalidad y chantajear con la "calle".
 

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