jueves, 21 de junio de 2012

La mezquindad de la memoria, por Pablo Ortuzar.




La mezquindad de la memoria, 
por Pablo Ortuzar.




En su libro “El gran divorcio”, CS Lewis expone una visión particular del infierno: las personas ahí recluidas, “exentas de amor y aprisionadas en sí mismas”, pretenden chantajear al universo declarando que hasta que ellos no sean felices (en sus propios términos), nadie podrá gustar de la alegría, “pretendiendo así que el Infierno pueda vetar al Cielo”.



Esas almas viven obsesionadas con ellas mismas, atrapadas en su particular perspectiva y reacias a moverse de ella. No pueden salir de sí, no pueden amar, no pueden perdonar: no hay espacios para algo o alguien distinto a ellas, que no las confirme o que las cuestione.



Desde este punto de vista, un debate entre sordos voluntarios aferrados a su subjetividad, a su “memoria”, es un debate infernal. Y ése es exactamente el tipo de discusión que suele surgir en Chile cada vez que los hechos relacionados con el régimen militar vuelven al foro público, no sólo entre quienes tienen un compromiso existencial con la época y actualizan odios antiguos, sino también entre quienes han construido odios nuevos, como vimos el domingo pasado en las inmediaciones del Teatro Caupolicán.



Esta situación evidencia que las políticas de la Concertación orientadas a la “reconciliación” no cumplieron ese objetivo. La construcción de un relato histórico en base al testimonio de algunas víctimas de izquierda logró exponer su horror, miedo y angustia, y ayudó a hacer justicia en algunos casos. Pero la reflexión respecto de cómo llegó a ocurrir algo así y de qué podemos aprender de ello, eje de todo esfuerzo reconciliatorio (ya que comprender ayuda a perdonar), permaneció abandonada.



La razón de esto es que la pregunta por el cómo llegó a ser posible el odio radical es incómoda, y su respuesta probablemente no consigna la superioridad moral de bando alguno. Luego, no tendría utilidad política inmediata, ya que cuestionaría los actuales mitos, ampliando la perspectiva hacia los odios que, desde los años sesenta, operaron como prólogo de las violencias posteriores.



La Concertación fue incapaz de promover esa pregunta, porque se encontró con una derecha aferrada a un silencio orientado al olvido y porque, como centroizquierda, se le hizo cómodo gobernar reclamando la legitimidad sacrificial de la víctima y censurando moralmente al adversario. Este recurso, explotado hasta el cansancio, se sostuvo en una extensa industria cultural financiada desde el Estado, cuya coronación fue “Los archivos del Cardenal” y cuyo templo es el incompleto “Museo de la Memoria”.



Hoy tenemos la oportunidad de hacernos cargo de esta tarea pensando en el futuro. Si los mecanismos de la violencia y el odio, y sus formas de operar y propagarse en las sociedades humanas no son estudiados a fondo y de manera interdisciplinaria a partir de nuestra historia reciente (un gran desafío para nuestras ciencias sociales y humanidades), habremos banalizado, por pequeñez política, el miedo, el sufrimiento y hasta la muerte de miles de personas de distintos grupos y bandos. Pero, además, no habremos obtenido lección alguna de aquellos hechos, quedándonos atrapados en la mezquindad de la memoria, expuestos al Infierno.
 

martes, 12 de junio de 2012

Documental "Pinochet".

Documental Pinochet: un documento que muestra una cara de la historia que ha sido convenientemente ocultada por afanes políticos y económicos inconfesables.



VIVA CHILE

lunes, 11 de junio de 2012

Contentos y avergonzados....

Video gentileza de Diario La Tercera.




Contentos y avergonzados....
No escribimos ayer avergonzados de ver que ciertos sectores tienen “contundentes” argumentos para denostar al Gobierno Militar, al observar como otros se pretenden “lavar las manos” y al ver que el lumpen izquierdista parece haberse adueñado del país.


El documental Pinochet es sin duda alguna una película didáctica, que nos recuerda como, desde el Gobierno de Frei Montalva comenzó el violentismo en Chile, como Allende intentó subyugarnos por el estómago y la inmensa obra del Gobierno de Pinochet.


Sensible nos parece que parte importante del país haya sido burdamente engañada por una mirada “tuerta” de la época, que hayan falsificado los motivos del Pronunciamiento militar y que hayan ocultado mañosamente que el bienestar de hoy de les debe a ellos.


Creemos que el documental, de Ignacio Zegers, al menos en un país Gobernado por gente normal, debiera ser considerado educativo, pues con él se termina con un cerco histórico noticioso que ha entregado a nuestras juventudes una visión sesgada de la historia.


Los que asistimos salimos felices del Teatro Caupolicán después de ver el estreno de la obra, mayoritariamente civiles agradecidos, al ver emerger una parte que pretenden borrar de la realidad, hemos recibido centenares de llamados de quienes tuvieron miedo de asistir.


Nadie en su sano juicio está de acuerdo con que existan violaciones a los derechos humanos, pero la realidad nos muestra que hubo una guerra, con unos mil uniformados muertos, que en la batalla desinformativa aparecen con víctimas de la “dictadura”.


Sobre el lumpen creemos que hay poco que decir, ellos enfrentan nuestra verdad y nuestros argumentos con lo único que conocen, el odio, la violencia irracional y los calificativos que utilizan para crear una caricatura de nuestras posiciones.


Nos detendremos unos momentos en Chadwick, el vocero de Gobierno, que se declaró arrepentido de haber apoyado al Gobierno Militar, seguramente, el mismo arrepentimiento que expresó cuándo abandonó sus posiciones izquierdistas para seguir a Jaime Guzmán.


El caso de Lavín nos suena un poco distinto, no debemos olvidar que el otrora candidato se declaró aliancista-Bacheletista, entre otras payasadas, que demuestran un oportunismo político indigno de quien se declara religioso.



Nota de la Redacción:
Ayer los medios, especialmente los escritos y televisivos, siguieron desinformando, dando la impresión que los incidentes y daños se produjeron por los asistentes al Caupolicán.


No señores, los incidentes y destrozos fueron el resultado de una horda intolerante que pretendió impedir el acto y una vez que este se realizó “castigar” a quienes osan tener una visión diferente.

miércoles, 6 de junio de 2012

Divagaciones sobre intolerancia y discriminación...



Documental Pinochet.
La ciudadana chilena tiene derechos inalienables que establece nuestra Constitución, como la libertad de expresión, la libertad de información y el derecho de reunión, los que además están consagrados por Tratados Internacionales signados y suscritos por Chile.


El derecho a la información, que al menos requiere que se muestren las diferentes miradas de una situación, o de una noticia, están siendo brutalmente vulnerados por quienes se han empecinado en impedir, aunque sea a la fuerza, la difusión del Documental Pinochet.


Este documental, que ciertamente los que se oponen a su exhibición no han visto, es un relato de los hechos que provocaron el 11 de septiembre y un resumen de la inmensa obra de reconstrucción y modernización del país realizado por la Administración encabezada por Pinochet.


Los patrocinadores y el equipo técnico de esta creación tomaron todas las medidas para que no fuera un filme confrontacional, la idea de esta obra es informativa, pues se consideró que pueblos desinformados corren riesgos inminentes de repetir errores del pasado.


La película no pretende ser parte de una campaña propagandística, intenta solamente que los ciudadanos podamos tener opiniones basadas en las distintas visiones existentes en la sociedad sobre esta realidad que consideramos distorsionada por la implantación de una verdad oficial que no compartimos.


Nos preguntamos, creemos que legítimamente, por la intencionalidad de quienes pretenden impedir su estreno, sobre todo considerando que el pandero de esta posición excluyente y discriminatoria son los que durante su vida política reivindican la lucha de clases y la instauración de la dictadura del proletariado.


Quienes intentan limitar los derechos de los demás, fuera de ser liberticidas, parecen no constatar que esos derechos que hoy quieren coartar a otros, de manera ilegal, inconstitucional e inmoral, mañana, otros que se sientan con la fuerza suficiente pueden suprimirlos para ellos.




lunes, 4 de junio de 2012

Una columna que vale la pena que leamos los chilenos...


Comprender “hasta que duela”,
por Joaquín García Huidobro



Las declaraciones de Patricio Aylwin sobre Salvador Allende, donde lo califica como un mal Presidente, provocaron múltiples reacciones. Es comprensible: basta que nos toquen nuestras heridas, para que los chilenos terminemos siempre hablando de lo mismo y repitamos hasta el cansancio los mismos argumentos. ¿Por qué nos sucede esto? Porque no estamos en paz con nuestro pasado más cercano.



En Chile podemos hablar serenamente sobre Aníbal Pinto o Pedro Aguirre Cerda, pero todavía no es posible hacerlo sobre la Unidad Popular o el Gobierno Militar. La razón es sencilla: nadie ha sido capaz de escribir una historia inclusiva, en la que todos los proyectos que se han disputado el corazón de los chilenos en los últimos 50 años encuentren su lugar y sean presentados de manera coherente. Cado uno cuenta la historia a partir de las propias heridas.



Sean de izquierda, derecha o centro, todas las explicaciones tienen en común el afirmar que estábamos muy bien hasta que llegaron unos hombres muy extraños, una suerte de marcianos caídos del cielo, que empezaron a realizar cosas inexplicables: expropiar la tierra y las industrias, destruir la economía, exiliar o torturar a la gente. Nos pasa algo parecido al monarca del que habla Sui Generis:



“Yo era el rey de este lugar,
hasta que un día llegaron ellos,
gente brutal,
sin corazón,
que destruyó el mundo nuestro”.



El rey somos nosotros, que no podemos entender cómo cambió de repente una situación que nos resultaba tan cómoda.
En el fondo, todos los chilenos estamos representados por una canción que tocaba la radio en la época de la UP:



“Los comunistas mamá,
los socialistas mamá,
que se nos vienen mamá,
los mapucistas.
Ya no tenemos tranquilidad
ya no podemos vivir en paz”.



La canción se burla del pánico de la derecha ante el Gobierno de Salvador Allende, pero al mismo tiempo muestra la incomprensión de sus autores ante el grupo social que buscaban destruir. Pensar que las personas de derecha sólo se mueven por intereses mezquinos es tan simplista como interpretar en términos de resentimiento los empeños por transformar la sociedad.



Parece que los chilenos no estamos dispuestos a hacer el esfuerzo por entender al otro. Esto muestra que quizá no estemos muy seguros de nuestras propias ideas. Las rigideces intelectuales son un signo de profunda inseguridad. Y quien se siente inseguro suele reaccionar agresivamente, construyéndose un esquema que le permite despejar ambigüedades y mantener su posición intocada.



Entender al otro no es aprobar ni justificar su comportamiento. Se trata simplemente de mostrar sus razones, y reconocer que no necesariamente es un malvado o un estúpido.



La tarea de comprender al adversario es difícil y dolorosa, porque quizá muestre que no somos tan inocentes como creíamos. Ya lo decía Gustave Thibon: “De todo el mal que se hace en el mundo somos nosotros [...] cómplices o víctimas. Somos víctimas del mal que hacemos y cómplices del mal que sufrimos”. Una persona que entiende esto puede narrar la historia de otra manera, pero parece que entre nosotros esa persona no existe.



Hasta ahora hemos preferido fabricarnos un monigote y destruir así al adversario, que queda reducido a una caricatura. A veces el monigote tendrá aspecto progresista, otras vestirá uniforme militar o llevará chaqueta y corbata de empresario, pero el mecanismo psicológico que opera es exactamente el mismo y tiene la misma finalidad: tomar al otro como un ser malo e incomprensible; y, de paso, ponernos a nosotros mismos en una situación de gran superioridad moral.



Este no es un defecto exclusivo de los conservadores, pues en todo el espectro ideológico hallamos actitudes parecidas. En el mejor de los casos, cuando se conoce a un adversario que no corresponde al monigote, decimos: “es que tú eres distinto”, en vez de reconocer que nuestro diagnóstico estaba equivocado.



Las palabras del ex Presidente Aylwin pasarán, y también las enconadas reacciones que han suscitado terminarán en el olvido. Lo relevante, sin embargo, es la incapacidad que tenemos los chilenos de enfrentarnos en serio con nuestro incómodo pasado. No estamos dispuestos a comprender al otro “hasta que duela”.