lunes, 4 de junio de 2012

Una columna que vale la pena que leamos los chilenos...


Comprender “hasta que duela”,
por Joaquín García Huidobro



Las declaraciones de Patricio Aylwin sobre Salvador Allende, donde lo califica como un mal Presidente, provocaron múltiples reacciones. Es comprensible: basta que nos toquen nuestras heridas, para que los chilenos terminemos siempre hablando de lo mismo y repitamos hasta el cansancio los mismos argumentos. ¿Por qué nos sucede esto? Porque no estamos en paz con nuestro pasado más cercano.



En Chile podemos hablar serenamente sobre Aníbal Pinto o Pedro Aguirre Cerda, pero todavía no es posible hacerlo sobre la Unidad Popular o el Gobierno Militar. La razón es sencilla: nadie ha sido capaz de escribir una historia inclusiva, en la que todos los proyectos que se han disputado el corazón de los chilenos en los últimos 50 años encuentren su lugar y sean presentados de manera coherente. Cado uno cuenta la historia a partir de las propias heridas.



Sean de izquierda, derecha o centro, todas las explicaciones tienen en común el afirmar que estábamos muy bien hasta que llegaron unos hombres muy extraños, una suerte de marcianos caídos del cielo, que empezaron a realizar cosas inexplicables: expropiar la tierra y las industrias, destruir la economía, exiliar o torturar a la gente. Nos pasa algo parecido al monarca del que habla Sui Generis:



“Yo era el rey de este lugar,
hasta que un día llegaron ellos,
gente brutal,
sin corazón,
que destruyó el mundo nuestro”.



El rey somos nosotros, que no podemos entender cómo cambió de repente una situación que nos resultaba tan cómoda.
En el fondo, todos los chilenos estamos representados por una canción que tocaba la radio en la época de la UP:



“Los comunistas mamá,
los socialistas mamá,
que se nos vienen mamá,
los mapucistas.
Ya no tenemos tranquilidad
ya no podemos vivir en paz”.



La canción se burla del pánico de la derecha ante el Gobierno de Salvador Allende, pero al mismo tiempo muestra la incomprensión de sus autores ante el grupo social que buscaban destruir. Pensar que las personas de derecha sólo se mueven por intereses mezquinos es tan simplista como interpretar en términos de resentimiento los empeños por transformar la sociedad.



Parece que los chilenos no estamos dispuestos a hacer el esfuerzo por entender al otro. Esto muestra que quizá no estemos muy seguros de nuestras propias ideas. Las rigideces intelectuales son un signo de profunda inseguridad. Y quien se siente inseguro suele reaccionar agresivamente, construyéndose un esquema que le permite despejar ambigüedades y mantener su posición intocada.



Entender al otro no es aprobar ni justificar su comportamiento. Se trata simplemente de mostrar sus razones, y reconocer que no necesariamente es un malvado o un estúpido.



La tarea de comprender al adversario es difícil y dolorosa, porque quizá muestre que no somos tan inocentes como creíamos. Ya lo decía Gustave Thibon: “De todo el mal que se hace en el mundo somos nosotros [...] cómplices o víctimas. Somos víctimas del mal que hacemos y cómplices del mal que sufrimos”. Una persona que entiende esto puede narrar la historia de otra manera, pero parece que entre nosotros esa persona no existe.



Hasta ahora hemos preferido fabricarnos un monigote y destruir así al adversario, que queda reducido a una caricatura. A veces el monigote tendrá aspecto progresista, otras vestirá uniforme militar o llevará chaqueta y corbata de empresario, pero el mecanismo psicológico que opera es exactamente el mismo y tiene la misma finalidad: tomar al otro como un ser malo e incomprensible; y, de paso, ponernos a nosotros mismos en una situación de gran superioridad moral.



Este no es un defecto exclusivo de los conservadores, pues en todo el espectro ideológico hallamos actitudes parecidas. En el mejor de los casos, cuando se conoce a un adversario que no corresponde al monigote, decimos: “es que tú eres distinto”, en vez de reconocer que nuestro diagnóstico estaba equivocado.



Las palabras del ex Presidente Aylwin pasarán, y también las enconadas reacciones que han suscitado terminarán en el olvido. Lo relevante, sin embargo, es la incapacidad que tenemos los chilenos de enfrentarnos en serio con nuestro incómodo pasado. No estamos dispuestos a comprender al otro “hasta que duela”.

1 comentario:

  1. un hijo perdido, un padre desaparecido, un hermano asesinado, una hija violada o torturada... quienes somos para creer que algo asi se olvida facilmente ????

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