miércoles, 23 de julio de 2014

El peligro de la violencia.






El peligro de la violencia.


Una semana después del atentado con una bomba en un vagón del Metro, antenoche hubo en Santiago tres estallidos de carácter incendiario que dañaron las puertas del templo de Santa Ana, declarado Monumento Nacional, y otro explosivo, que alcanzó a ser desactivado, fue hallado junto a un jardín infantil. Por las similitudes en sus materiales y su confección, en ambos casos los autores podrían ser los mismos, y en la iglesia se encontraron panfletos de apoyo a los chilenos que están presos en España por este tipo de actividades y que acá habían sido absueltos de acusaciones similares.


Si bien nadie ha reivindicado todavía el ataque al Metro, con ocasión del bombazo del 1 de julio en la Cooperativa de Carabineros, una publicación de corte anarquista lamentó que no se hubiera logrado allí “un incendio destructor” y repudió las recientes condenas Judiciales por el asesinato del Cabo Luis Moyano. Si a esta violencia urbana se suman los ya habituales incendios en la zona centro sur (seis maquinarias forestales y una vivienda en Arauco este domingo) y el que los daños causados por la protesta de un grupo mapuche impidieran que comenzara a operar el nuevo aeropuerto de La Araucanía, parece evidente el aumento de los actos de violencia utilizados como arma de presión o de venganza.


Sería injustificable que las autoridades encargadas de proteger la paz social y los derechos de las posibles víctimas terminen por habituarse a esta situación sin reaccionar como es debido. Una cosa son los debates de teoría Jurídica que permitan perfeccionar los instrumentos Legales, como la Ley Antiterrorista, y otra muy distinta la pasividad para usar las herramientas de que se dispone y la necesidad de una acción coordinada y eficaz de las policías y el Ministerio Público, donde el propio Fiscal nacional expresa preocupación y pide más recursos y atribuciones para que las investigaciones lleguen a buen fin. Por cierto el problema no se reduce a los grupos antisistema, porque existe también en otros ámbitos quizás menos relevantes y por eso hay normas para evitarlo incluso en los espectáculos masivos, porque la violencia no es nunca algo anecdótico ni trivial.


Al igual que en otros valores sustanciales como la fe pública, aquí no importa tanto la cuantía de lo que resulta afectado como la vulneración de un principio fundante de la vida en sociedad. Casi sin darnos cuenta, se está pasando de los atentados simbólicos a otros que pueden ser letales, y que además limitan la actividad diaria y normal de la población, como el uso del Metro o la asistencia al jardín infantil. Hay ejemplos dramáticos de países que así perdieron el rumbo, donde el uso de la fuerza fue primero un hábito tolerado y luego se transformó en poder incontrarrestable. En esto nadie puede eximirse de actuar, porque la mejor defensa está en los ciudadanos que viven esa amenaza, pero quienes deben encabezar una política decidida y eficiente son las autoridades en cada Poder del Estado, y sobre todo el Gobierno, directamente responsable de cerrar el paso al mal de la violencia.


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