viernes, 16 de mayo de 2014

Volveremos a Ser Decentes, por Hermógenes Pérez de Arce.



Transantiago: paradigma de lo que significan políticas públicas mal estudiadas y peor ejecutadas, que complicaron  la vida a millones de chilenos y han tenido para el Fisco un costo monstruoso que se paga con los impuestos del pueblo.






Volveremos a Ser Decentes,
por Hermógenes Pérez de Arce.


          El balazo en el pie de los países nunca se lo propina un solo sector de ellos. Es generalmente colectivo, culpa de todos o casi todos. Chile no se encaminó al balazo de 1973 sólo por culpa de Allende, pues si éste arrasó con el derecho de propiedad y desató el caos fue sólo porque culminó el proceso de la liquidación de tal derecho iniciada por Frei Montalva con su reforma agraria; y ésta no fue sino la culminación de la primera perforación en el dique protector de la propiedad, materializada por Jorge Alessandri cuando modificó la Constitución para poder expropiar sin pago al contado, como John Kennedy, genuino representante de la izquierda dorada norteamericana, se lo exigía, para darle a Chile plata de la Alianza para el Progreso. Así es que, suprema ironía histórica, el gran balazo en el pie que nos correspondía pegarnos el ’73 no lo comenzó a preparar la sucursal local de la URSS, el Partido Comunista, sino la derecha a instancias norteamericanas.


          En efecto, sin los desfallecimientos de la derecha nunca Chile se habría disparado en el pie. Ahora nos estamos dando el que nos corresponde a 40 años del ’73, y la derecha está cumpliendo su parte. Pues llama la atención el número de sus exponentes que respalda la reforma tributaria y comulga con la Gran Rueda de Carreta del momento, la idea de que dándole más dinero al Estado éste va a mejorar la educación, siendo que ha multiplicado por más de diez veces, desde 1990 y en términos reales, los recursos para ese fin, y la que él financia, que es la pública y (en parte) la particular subvencionada, es la de peores resultados. En la única en que no gasta nada e interviene menos el Estado (sólo lo hace para echarla a perder un poco, imponiendo programas de estudio) es en la particular pagada, cuyos resultados la sitúan en el “top ten” mundial, aventajando en varios aspectos a países como los Estados Unidos, Finlandia, Israel y Rusia, de acuerdo a la prueba TIMSS que cité hace unos días en este blog, sin perjuicio de haber advertido cómo la intelectualidad de izquierda ya está preparando la legislación para liquidar también dicha enseñanza particular pagada, anunciándolo así nada menos que en “El Mercurio” (ver mi reciente blog “La Tumba Serás de los Libres”).


          Hoy en “La Tercera” venía una carta muy impresionante de “Tere Undurraga, empresaria”, que confirma lo que estoy diciendo. Es lapidaria para la iniciativa privada, la libertad personal, la competitividad de la economía, el emprendimiento y la autoestima ética de los empresarios. Es decir, para todos los valores que inspiran a la derecha. Tere sostiene que la competitividad chilena descansa en injusticias y que el “éxito de algunos lo paga la miseria de otros”. Añade: “Los ricos, emprendedores e innovadores podemos tener magníficas ideas, pero ha sido la pobreza, los bajos sueldos, las materias primas prácticamente gratis y los contratos llenos de garantías hacia el capital” los que “nos han dado posibilidades de crecimiento y ventajas comparativas.”


          Reconoce, eso sí, que “probablemente después de la reforma tributaria serán otros los países que engrosen (sic) la lista de los más competitivos para la inversión extranjera.” Pero se consuela de ello inmediatamente: “Eso debiera ser motivo de orgullo, más que de preocupación”. Y confirma su convicción de que al pagar más impuestos nos será posible “pasar de más competitivos a más decentes. Y sí, esto se trata de que cada uno de los que hemos tenido más y mejores oportunidades, paguemos más impuestos.”


          ¡Y yo que creía que los emprendedores hacían un bien social al dar más empleos, especialmente al 40% de jóvenes pobladores marginales de escasa educación que están desempleados! ¡Yo que creía disminuir la desigualdad al contratar a un cesante pobre, en cuya familia trabajan dos de cinco en edad de trabajar, mientras entre los más ricos trabajan los cinco de cinco! ¡Qué ignorante he sido al creer que habrá más emprendedores si los impuestos son bajos y que mientras más los haya habrá menos pobreza! ¿Y cómo no me había dado cuenta de que regalaban “materias primas prácticamente gratis”? ¿Cómo tantos inadvertidos no hemos ido a que nos las den? ¿Y cómo no me había dado cuenta tampoco de que si me torno menos competitivo voy a ser “más decente”? ¿Y de que si le doy más recursos al Gobierno va a poder hacer buenas obras como el Transantiago, que pierde 700 millones de dólares al año; ENAP, que pierde 400 millones y debe 27 veces su capital; y Ferrocarriles, que bajo la sabia dirección de Alberto Arenas en su directorio perdió sobre mil millones de dólares comprando trenes que nunca funcionaron? ¿Cómo puede ser que no nos den ganas de pagar más impuestos?


          Por suerte hay emprendedores deseosos de hacerlo, moralmente reconfortados, que le dan transversalidad democrática al cumplimiento de la histórica tarea de darnos un balazo en el pie para, nuevamente, dejar de ser competitivos y así “sentirnos más decentes”.



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