lunes, 15 de diciembre de 2014

Del "Minuto Heroico" al "Primer Sentido", por Hermógenes Pérez de Arce.






Del "Minuto Heroico" al "Primer Sentido",
por Hermógenes Pérez de Arce.


          Dicen que la escena del Diputado Ignacio Urrutia pidiendo el minuto de silencio en memoria de Pinochet y de los quince valientes que lo apoyaron de pie en la Cámara dio la vuelta al mundo, recinto este último (y también aquél) en que los partidarios de la sociedad libre somos minoritarios y, por tanto, en gran parte del cual sorprendió que se rindiera tributo a la memoria del salvador y reinstaurador en Chile de la misma.


Su legado, que partió con la derrota armada del marxismo totalitario a un costo mínimo, pues en lugar del millón de muertos que preveía el guerrillero Comandante Pepe en la guerra civil que preparaba, resultaron apenas 3.197, después siguió con la consagración del principio de subsidiariedad y las garantías individuales reconocidas en la Constitución de 1980, el fortalecimiento del derecho de propiedad que atrajo la inversión extranjera e incrementó la nacional; las privatizaciones, la creación de la salud y la previsión privadas, la liberación del comercio internacional, la creación del FUT y las rebajas de impuestos y, en fin, que culminara con la restante panoplia de libertades que le hizo posible a Chile convertirse en la “joya más valiosa de la corona latinoamericana” (Clinton), no ha sido olvidado. El Diputado Urrutia y sus “quince de la fama” nos dicen, en esta hora en que está siendo sistemáticamente demolido, que “aún tenemos Patria, ciudadanos”.


          Habría sido eso lo más importante de la semana si no hubiera tenido lugar otro “hecho esencial”: el inesperado y espontáneo reconocimiento de la Presidente en cuanto a que su “primer sentido” le había dicho, al plantearse la reforma educacional, que ésta debería partir por la enseñanza pública.


Eso es de una profundidad e importancia que sólo un medio político tan superficial como el chileno podría soslayar o utilizar apenas para obtener alguna ventaja propagandística transitoria.


Pues ese “primer sentido” de la Presidente es por completo ajeno al evidente “verdadero sentido” de todo lo que hace su Gobierno, partiendo por dicha reforma educacional: llevar a cabo en Chile una revolución de izquierda. El tema de ésta no es “mejorar la educación”, sino “cambiar la educación”. El punto está en ponerla en manos del Estado, es decir, de los revolucionarios, y no en limitarse a procurar que ella sea mejor. De lo que se trata, ha dicho el jefe de este compartimiento revolucionario, es “bajar de los patines” a los mejores y no “subir a los patines” a los peores, cosa que se lograría mejorando la educación pública, que es la más deficitaria, y dejando tranquilos a los que obtienen logros superiores precisamente como consecuencia de la libertad de que gozan.


Lo del “primer sentido”, entonces, confieso, me ha hecho quedar completamente descolocado. Yo partía de la base de que Michelle Bachelet 3.0 estaba empeñada en una gesta revolucionaria típicamente marxista, y así como buscaba destruir el corazón de la libertad económica a través de la mayor tributación, el corazón de la libertad social a través de la re-estatización de la salud y la previsión, y el corazón de la eficiencia productiva privada y del crecimiento mediante la reforma laboral, de igual modo buscaba sacar de las manos de ciudadanos libres y plurales la enseñanza de los niños chilenos. Por eso, precisamente, la reforma propuesta por su Gobierno dejaba de lado e intacta la enseñanza peor, la pública, y centraba sus fuegos en la restante, la privada, para terminar con la libertad de los privados en su gestión y ponerla en manos del Estado, es decir, de los revolucionarios.


Pero ahora la Presidente nos sale con esta inexplicable frase reaccionaria, su “primer sentido”, pleno de reflexión positiva, inspirado en mejorar la enseñanza y, para eso, apuntar a comenzar por remediar la peor, la pública.


Toda una declaración de principios en cuanto a que realmente se debería asignar recursos a (y perfeccionar la labor de) las escuelas municipales magras y decadentes, en lugar de dirigir los cañones del acorazado Potemkin, capitaneado por el “tovarich” Eyzaguirre, a destruir hasta el último bastión de la libertad de enseñanza de los emprendedores chilenos.


Por eso, al menos “aquí y ahora”, tanto el “minuto heroico” como el “primer sentido” me hacen exclamar (provisoriamente) emulando a Manuel Rodríguez después de Rancagua, “¡aún tenemos Patria, ciudadanos!”

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