miércoles, 9 de junio de 2010

La tragedia de Otero, por Rodrigo García Pinochet.



La tragedia de Otero,
por Rodrigo García Pinochet.


"No cabe imaginar las condenas que hubiese recibido el embajador de haber hecho referencia a los presuntos lazos de Allende con el narcotráfico, hecho demostrado por los documentos secretos encontrados en la caja de fondos de la Moneda y analizados por el profesor Víctor Farías en su último libro".


La izquierda suele dictar cátedras acerca de la tolerancia, vanagloriándose de ser supuestamente pluralista, de estar siempre dispuesta a debatir los temas y a escuchar posturas contrarias. Sin embargo, su discurso no pasa de ser una hipócrita retórica, ya que en los hechos se demuestra el totalitarismo de su pensamiento. Son ellos los únicos dueños de la verdad, de la moral, de la justicia, son los jueces que están por sobre el Dios - esto se entiende por su ateísmo-, se atribuyen ser los asignadores de la igualdad y de la “justicia social”, y de decidir a quién atribuirle o no sus derechos humanos. Se autodesignan los exclusivos timoneles del Estado, mejor dicho, se creen el Estado, por lo que exaltan su omnipresencia y omnipotencia. Es la izquierda la que emite juicios y condenas a todo quien pretenda en lo más mínimo cuestionar o contrariar sus posturas, verdaderos dogmas que rigen sus políticas y su historia.



Fue esto precisamente lo que originó la tragedia del embajador Otero; cual acto shakespeariano, sus palabras gatillaron una convulsionada reacción por parte de la bien mantenida maquinaria de desprestigio de nuestra izquierda. El pecado del embajador fue hablar de aquello que hoy la izquierda se ha encargado de transformar en tabú, en prohibido, proscrito de nuestra historia política, como lo es las verdaderas razones de la intervención militar de 1973. Fue durante una entrevista de algo más de dos horas, y tras las reiteradas interrogantes del periodista –presumiblemente de tendencia izquierdista-, que el ingenuo embajador declaró aquello que muchos chilenos compartimos, pero pocos, muy pocos, se atreven a decir públicamente conscientes de la proscripción del tema. El gobierno militar, “La Dictadura”, salvó a Chile de transformarse en otra Cuba, y para la gran mayoría de los chilenos, aquellos dedicados al trabajo y a sus familias, y no a la política, la “dictadura” no tuvo impacto represivo alguno en sus vidas.
Las palabras del embajador encendieron la maquinaria mediática de la izquierda para enjuiciar y linchar inmediatamente a quien había osado contrariar sus dogmas, peor aún, cuestionando el “benevolente e inspirador” gobierno del popular Salvador Allende. No cabe imaginar las condenas que hubiese recibido el embajador de haber hecho referencia a los presuntos lazos de Allende con el narcotráfico, hecho demostrado por los documentos secretos encontrados en la caja de fondos de la Moneda y analizados por el profesor Víctor Farías en su último libro.



El juicio moral que pretende imponer la izquierda contra todo quien esboce una opinión algo favorable, o incluso neutral al gobierno militar, y por ende, cuestionando su verdad de la historia, es implacable. Por ello no debiese extrañar escuchar histriónicas voces de muchos políticos de izquierda demandando la remoción del embajador, exigiendo disculpas públicas al gobierno, y catalogando de vergonzosas las palabras dichas. La poderosa maquinaria de izquierda rápidamente genera sus resultados y hemos visto cómo tanto el gobierno como el propio emisor de las declaraciones se apresuran a bajar el tenor de ellas, a inyectar fuertes dosis de ambigüedad al contenido original de las declaraciones para con ello aplacar la fiereza de los ataques y solapar el atrevimiento - involuntario por cierto- de decir aquello que la izquierda no quiere escuchar. En vez de apuntar y enfrentar directamente a aquellos que alzan sus recriminaciones con argumentos basados en sus propias ambigüedades, como lo es el apoyo a la eterna dictadura comunista de los Castro, o la admiración y acogida a personajes como el propio Erick Honecker, prefieren enmendar su supuesto error calificando las palabras del embajador como desafortunadas y extemporáneas. El resultado de ello es, y ha sido, la imposición de una visión de la historia sesgada e irreal, sustentada en el temor de todo quien prefiere callar antes de sufrir el linchamiento público de la izquierda, ya que sabe que nada ni nadie tendrá la valentía de respaldar lo dicho. Quienes no hemos claudicado en denunciar la tergiversación de los hechos solemos ser marginados o tachados como personas anacrónicas por quienes piensan reservadamente de igual manera, pero no así públicamente.



Es verdad, como sociedad es sano que de una vez por todas demos vuelta a la página de la historia, sin embargo, aquello no significa que una visión de la historia ponga el pie encima a la otra. Dar vuelta de página implica el reconocimiento de la existencia de posturas distintas, el respeto y la tolerancia a quienes piensan distinto. Precisamente todo lo que la izquierda proclama pero jamás permitirá se haga realidad. Más aun si quienes discrepan de su visión prefieren temerosamente callar. Por lo menos yo no lo haré.