Verdaderas Mentiras,
por Hermógenes Pérez de
Arce.
Días atrás una voz de mujer
joven, que decía ser periodista del programa “Mentiras Verdaderas” de La Red,
me llamó para pedirme que asistiera a ser entrevistado por su conductor, a
quien yo de pasada había visto conversando en pantalla con variados
personajes que decían cosas truculentas del Gobierno Militar, como evidente
contribución de continuidad a la “Campaña Nacional de Lavado Cerebral” que se
desarrolla en esta larga y angosta faja de tierra desde 1990 y a la cual
Sebastián Piñera hiciera una tan significativa contribución en septiembre de
2013.
No tengo ningún interés en aparecer
en la TV y sólo acepto concurrir a ella en cumplimiento de mi misión, bastante
solitaria, de casi único cerebro-todavía-no-lavado y que conserva un recuerdo
lúcido de la verdad histórica previa a la transformación de los agresores en
“agredidos”, de los victimarios en “víctimas” y de los totalitarios en
“demócratas”, conjunto de travestidos que le cuestan 300 millones de dólares
anuales al erario como compensación por el “injusto perjuicio” que se les ha
inferido de no haberles dejado en 1973 transformar nuestra “democracia
burguesa” en una “democracia popular” como la de Cuba, Corea del Norte o
Alemania del Este.
Entonces acepté ir a “Mentiras
Verdaderas” el martes a las 22.30. Mails y llamados posteriores a la invitación
añadieron que también iría el ¿ex? guerrillero del FPMR, Enrique Villanueva
Molina, recientemente premiado por un Juez de izquierda con una pena de
“libertad vigilada” como co-autor intelectual del asesinato de Jaime Guzmán, en
cuya condición ha sido incansablemente entrevistado por todos los canales de TV
y otros medios interesados en conocer su interesante versión sobre la historia
de Chile desde 1973 a la fecha. No me importó compartir el panel con dicho
personaje, porque tengo la seguridad de conocer algo a lo cual él no le tiene ningún
respeto, pero que siempre ha prevalecido a lo largo de la historia de la
Humanidad, aunque no en el Chile actual todavía: la verdad.
Entonces recibí un llamado adicional
de una productora periodística, pidiéndome adelantar mi llegada y estar a las
22 horas en el canal, con lo cual cumplí. Fui llevado por una amable
jovencita a una sala donde no se podía ver el programa, pero en la cual había
tres vasos de Coca Cola o algún sustituto del mismo color y un plato de
sándwiches que no probé. Conversé con ella de diversos temas, hasta que se
asomó un personaje de barba breve que me hizo una sorprendente advertencia: yo
no debería, me dijo, tratar con “lenguaje denigrante” al ex guerrillero.
Después entró el conductor y me saludó brevemente, sin decirme nada.
Pasó el tiempo y hasta la jovencita
simpática se aburrió y se fue. A alrededor de las 23 horas me condujeron a un
pasillo del edificio, donde había una cámara. Me pusieron unos audífonos y me
sentaron en una silla pequeña pero elevada desde la cual podía ver en el suelo
un pequeño televisor en blanco y negro que transmitía la entrevista en el set
principal, y a la cual yo había creído ser invitado, del conductor al ex
guerrillero Villanueva que, según todo indicaba, ya llevaba largo tiempo en
cámara. El programa constituía una apología de la labor del FPMR y de sus
proezas. Noté que periódicamente aparecía mi imagen, trepado a la silla pequeña
y alta en un pasillo, donde yo parecía tener los ojos cerrados y el labio
inferior levemente caído. Supongo que era para que los telespectadores se
rieran. Además, cada cierto rato mí lamentable imagen se congelaba, así es que
dejé de mirar hacia abajo al televisor en blanco y negro y cerré la boca.
Mientras, el ex guerrillero seguía en su extenso panegírico de sus patrióticas
actividades, abundantemente estimulado por el conductor. Éste se dignó
dirigirme algunas preguntas a través de los audífonos, lo que me permitió
formular desde mi exilio en el pasillo tres o cuatro observaciones en defensa
de la verdad histórica, en medio del torrente de la apología del FPMR que se
desarrollaba en el set principal del programa.
A esas alturas se me hizo evidente
que había caído en una trampa izquierdista y que sólo debía escapar cuanto
antes del ridículo a que estaba siendo expuesto.
Alrededor de las 23.30 pude por fin
bajar de la silla alta y pequeña del pasillo y abandonar el nuevo local de La
Red en Quilín, acompañado de la amable joven que me había recibido, a la cual
pregunté quién era el dueño del canal, y me respondió que un magnate mexicano
de la TV. Inmediatamente lo supuse cómplice de las tropelías de la extrema
izquierda en su estación chilena.
Al regreso a mi hogar a la medianoche
tuve una hostil recepción, mientras en La Red continuaba la apología del Frente.
En mi casa fui víctima de manifestaciones presenciales y telefónicas de crítica
por haberme prestado a ser objeto de un vejamen televisivo tan ostensible y
lamentable.
A todo respondí que lo hacía en aras
de salvar a la Patria de las “tinieblas del error”, pues hoy está secuestrada
permanentemente en manos de la extrema izquierda y los kerenskys, auxiliados
por una “Derecha Muerta Caminando”, integrada por desmemoriados, tránsfugas,
arrepentidos y panegiristas de Aylwin y de su carnal Piñera. La una y la otra
nos llevan de la mano a convertirnos en el próximo Brasil, que a su turno será
la próxima Argentina y ésta la próxima Venezuela, que se transformará a su vez
en la próxima Cuba, mientras se pierde en la noche de los tiempos el recuerdo
de la que alguna vez fuera descrita como “la joya más preciada de la corona
latinoamericana”.
A Hermógenes lo usaron -entre otros objetivos- para blanquear y lavar la imagen de un extremista.
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