¿LUCHAR SIN DAR CUARTEL?,
por Patricio Quilhot Palma.
Así me dijo un amigo uniformado respecto de la forma en que se
debe enfrentar el acorralamiento a que somete a los militares la persecución
marxista. Luchar sin dar cuartel significa en idioma castellano que no hay que
ceder ni un metro ante el enemigo y sacrificar lo que sea por conseguir la
victoria sobre éste o para evitar la derrota. Por desgracia, nada de eso está
sucediendo desde hace rato en Chile y los enemigos de la paz y de la
reconciliación se han encargado de reducir la capacidad de reacción a un mínimo
grupo de idealistas que los siguen enfrentando, con los escasos medios que
derivan de su valor y de su consecuencia con una causa creada a partir de la
necesidad de resistir la agresión feroz de que han sido objeto los viejos
soldados que ayer impidieron la imposición del modelo revolucionario que
rechazaba la mayor parte de nuestra sociedad.
Luego de años de lamerse las heridas y de atraer simpatías
victimizándose en el extranjero, el enemigo consiguió volver al poder,
gratuitamente servido por la ambición cómplice de los mismos que ayer
presionaron a los militares para que los derrocaran, con la esperanza de
recibir gratuitamente de sus manos la dirección del país. Este enemigo de la
sociedad, hoy convenientemente disfrazado de demócrata, desarrolló una campaña
política-estratégica brillante, comenzando por debilitar las bases morales de
sus oponentes históricos, consiguiendo su colaboración clave para hacerse del
poder. Hábilmente, cedieron a estos nuevos aliados la presidencia en los dos
primeros gobiernos de la coalición, postergando a regañadientes su revolución
trasnochada, mientras aprovechaban el ímpetu para aniquilar a las únicas
fuerzas que podrían volver a impedirles la materialización de su sueño
totalitario: las FF.AA. y de Orden.
Para ello, comenzaron con la búsqueda de “una justicia dentro de
lo posible”, sirviéndose una vez más de la estupidez histórica de sus antiguos
opositores, hoy aliados. De este modo, consiguieron rápidamente la liberación
por amnistía o indulto de sus cuadros de combate, identificados por la sociedad
como terroristas subversivos. Simultáneamente comenzaban la persecución de los
militares, objetivo no fácil de lograr, puesto que el máximo líder de los
uniformados y de gran parte de la sociedad aún seguía en pié y su sola figura
bastaba para neutralizar o controlar los intentos de dominio total. Fue
necesario entonces recurrir al remordimiento culposo y/o al temor por la
revancha, presente en algunos jueces a propósito de su denunciada obsecuencia
con el régimen militar. Allí comenzó el largo y tortuoso camino a los
tribunales para el único eslabón social que por su formación disciplinada no
reclamaría el abuso y acataría la aplicación de la Ley, por impropia que ella
lo fuera.
Mediante una estructurada campaña de prensa, de proporciones
nunca vista en la historia de Chile, fueron creando una imagen de horror
alrededor de los militares, atribuyéndoles como un solo cuerpo la
responsabilidad por algunos actos que pudieran ser repudiables en el contexto
actual, por los cuales les asignaron a todos el carácter de “genocidas” y
“torturadores”. Facilitó enormemente su tarea el hecho de haberse suscrito en
el 2009 el Estatuto de Roma, por parte del gobierno, momento en que entraron en
vigencia conceptos tales como los “delitos de lesa humanidad”, considerados por
este pacto como inamnistiables e imprescriptibles. De nada valió que Chile
adhiriera a dicho acuerdo recién en ese momento y que el propio estatuto
estableciera que sus efectos solo entrarán en vigencia tres meses después de
haber sido ratificado por cada estado, sin que se acepte el efecto retroactivo.
La judicatura, presionada abiertamente por los marxistas, simplemente comenzó a
aplicarlo a hechos ocurridos cuarenta años atrás, metiéndose al bolsillo la
letra y el espíritu de la Ley.
Por supuesto que quienes debieron haber detenido este acto
inconstitucional e ilegal, no lo hicieron, a diferencia de la inmediata
reacción que habían tenido los izquierdistas cuando acusaron y destituyeron a
un ministro de la Corte Suprema por fallar en favor del General Pinochet. Los
“honorables” diputados de la república, de izquierda y de derecha, guardaron
conveniente silencio e hicieron vista gorda, estimulando con ello la fijación
de una ilícita jurisprudencia que permitió el procesamiento de cientos de
militares. No hubo capacidad política para dar una “lucha sin cuartel”, en
defensa de la justicia y de la institucionalidad, otorgando con ello una fácil
victoria a la izquierda política. Los efectos de este dominio virtual de todos
los espacios de la vida nacional llegaron por supuesto a los cuarteles y así
tuvimos actuaciones lamentables, en que la ingenuidad de alguno –propia de la
mejor intención− llevó a asumir culpabilidades ajenas, propias del mundo
político que causó la crisis, con lo que se alimentó una vez más la inagotable
sed de venganza de aquellos. Consecuentemente, un número creciente de viejos
soldados comenzó a visitar los tribunales y a ingresar a la cárcel, humillados
por la traición de los mismos por quienes habían luchado y conseguido mantener
la Patria libre.
¿Lucha sin cuartel? Nada de ello está ocurriendo y hoy vemos un
dominio absoluto del enemigo (enemigo = es todo aquel que quiere destruirme),
sin nadie sea capaz de sacar la voz ni de apoyar la incansable acción de
pequeños grupos de militares en retiro que siguen empeñados en mantener viva la
llama de la justicia y de la libertad, mientras el resto de la sociedad y
muchos ex−uniformados eluden involucrarse, convencidos de que nada les puede
pasar. Otra muestra de ingenuidad ante un enemigo que sí “lucha sin dar
cuartel”, alimentado por el odio y por un insaciable deseo de venganza. Para
desgracia de los militares, en esta sociedad que ayer los aclamó agradecida
nada queda del valor que alguna vez caracterizó a los chilenos y que nos hizo
victoriosos en mil batallas. A la luz de ello y de los últimos fallos
judiciales, tal parece que habría sido mejor ser terrorista antes que haber
luchado por defender a quienes no lo merecían. Al menos, hoy se estaría
amnistiado, indultado y recibiendo ingentes beneficios de todo tipo, además de
ser tratados como héroes.
Tomado de Despierta Chile.
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