lunes, 25 de agosto de 2014

¿LUCHAR SIN DAR CUARTEL?, por Patricio Quilhot Palma.






¿LUCHAR SIN DAR CUARTEL?,
por Patricio Quilhot Palma.


Así me dijo un amigo uniformado respecto de la forma en que se debe enfrentar el acorralamiento a que somete a los militares la persecución marxista. Luchar sin dar cuartel significa en idioma castellano que no hay que ceder ni un metro ante el enemigo y sacrificar lo que sea por conseguir la victoria sobre éste o para evitar la derrota. Por desgracia, nada de eso está sucediendo desde hace rato en Chile y los enemigos de la paz y de la reconciliación se han encargado de reducir la capacidad de reacción a un mínimo grupo de idealistas que los siguen enfrentando, con los escasos medios que derivan de su valor y de su consecuencia con una causa creada a partir de la necesidad de resistir la agresión feroz de que han sido objeto los viejos soldados que ayer impidieron la imposición del modelo revolucionario que rechazaba la mayor parte de nuestra sociedad.


Luego de años de lamerse las heridas y de atraer simpatías victimizándose en el extranjero, el enemigo consiguió volver al poder, gratuitamente servido por la ambición cómplice de los mismos que ayer presionaron a los militares para que los derrocaran, con la esperanza de recibir gratuitamente de sus manos la dirección del país. Este enemigo de la sociedad, hoy convenientemente disfrazado de demócrata, desarrolló una campaña política-estratégica brillante, comenzando por debilitar las bases morales de sus oponentes históricos, consiguiendo su colaboración clave para hacerse del poder. Hábilmente, cedieron a estos nuevos aliados la presidencia en los dos primeros gobiernos de la coalición, postergando a regañadientes su revolución trasnochada, mientras aprovechaban el ímpetu para aniquilar a las únicas fuerzas que podrían volver a impedirles la materialización de su sueño totalitario: las FF.AA. y de Orden.


Para ello, comenzaron con la búsqueda de “una justicia dentro de lo posible”, sirviéndose una vez más de la estupidez histórica de sus antiguos opositores, hoy aliados. De este modo, consiguieron rápidamente la liberación por amnistía o indulto de sus cuadros de combate, identificados por la sociedad como terroristas subversivos. Simultáneamente comenzaban la persecución de los militares, objetivo no fácil de lograr, puesto que el máximo líder de los uniformados y de gran parte de la sociedad aún seguía en pié y su sola figura bastaba para neutralizar o controlar los intentos de dominio total. Fue necesario entonces recurrir al remordimiento culposo y/o al temor por la revancha, presente en algunos jueces a propósito de su denunciada obsecuencia con el régimen militar. Allí comenzó el largo y tortuoso camino a los tribunales para el único eslabón social que por su formación disciplinada no reclamaría el abuso y acataría la aplicación de la Ley, por impropia que ella lo fuera.


Mediante una estructurada campaña de prensa, de proporciones nunca vista en la historia de Chile, fueron creando una imagen de horror alrededor de los militares, atribuyéndoles como un solo cuerpo la responsabilidad por algunos actos que pudieran ser repudiables en el contexto actual, por los cuales les asignaron a todos el carácter de “genocidas” y “torturadores”. Facilitó enormemente su tarea el hecho de haberse suscrito en el 2009 el Estatuto de Roma, por parte del gobierno, momento en que entraron en vigencia conceptos tales como los “delitos de lesa humanidad”, considerados por este pacto como inamnistiables e imprescriptibles. De nada valió que Chile adhiriera a dicho acuerdo recién en ese momento y que el propio estatuto estableciera que sus efectos solo entrarán en vigencia tres meses después de haber sido ratificado por cada estado, sin que se acepte el efecto retroactivo. La judicatura, presionada abiertamente por los marxistas, simplemente comenzó a aplicarlo a hechos ocurridos cuarenta años atrás, metiéndose al bolsillo la letra y el espíritu de la Ley.


Por supuesto que quienes debieron haber detenido este acto inconstitucional e ilegal, no lo hicieron, a diferencia de la inmediata reacción que habían tenido los izquierdistas cuando acusaron y destituyeron a un ministro de la Corte Suprema por fallar en favor del General Pinochet. Los “honorables” diputados de la república, de izquierda y de derecha, guardaron conveniente silencio e hicieron vista gorda, estimulando con ello la fijación de una ilícita jurisprudencia que permitió el procesamiento de cientos de militares. No hubo capacidad política para dar una “lucha sin cuartel”, en defensa de la justicia y de la institucionalidad, otorgando con ello una fácil victoria a la izquierda política. Los efectos de este dominio virtual de todos los espacios de la vida nacional llegaron por supuesto a los cuarteles y así tuvimos actuaciones lamentables, en que la ingenuidad de alguno –propia de la mejor intención− llevó a asumir culpabilidades ajenas, propias del mundo político que causó la crisis, con lo que se alimentó una vez más la inagotable sed de venganza de aquellos. Consecuentemente, un número creciente de viejos soldados comenzó a visitar los tribunales y a ingresar a la cárcel, humillados por la traición de los mismos por quienes habían luchado y conseguido mantener la Patria libre.


¿Lucha sin cuartel? Nada de ello está ocurriendo y hoy vemos un dominio absoluto del enemigo (enemigo = es todo aquel que quiere destruirme), sin nadie sea capaz de sacar la voz ni de apoyar la incansable acción de pequeños grupos de militares en retiro que siguen empeñados en mantener viva la llama de la justicia y de la libertad, mientras el resto de la sociedad y muchos ex−uniformados eluden involucrarse, convencidos de que nada les puede pasar. Otra muestra de ingenuidad ante un enemigo que sí “lucha sin dar cuartel”, alimentado por el odio y por un insaciable deseo de venganza. Para desgracia de los militares, en esta sociedad que ayer los aclamó agradecida nada queda del valor que alguna vez caracterizó a los chilenos y que nos hizo victoriosos en mil batallas. A la luz de ello y de los últimos fallos judiciales, tal parece que habría sido mejor ser terrorista antes que haber luchado por defender a quienes no lo merecían. Al menos, hoy se estaría amnistiado, indultado y recibiendo ingentes beneficios de todo tipo, además de ser tratados como héroes.


Tomado de Despierta Chile.

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