A 41 años…
¡gracias!,
por Gastón Escudero
Poblete.
Hay muchas razones para agradecer al Gobierno
de las Fuerzas Armadas y de Orden que se inició con el Pronunciamiento Militar
(o Golpe de Estado, me da lo mismo como le llamen) del 11 de septiembre de
1973.
En primer lugar, haber impedido que en el país
se instaurara una dictadura marxista. Las fuerzas de izquierda llevaban más de
una década empeñadas en la tarea de importar la revolución cubana y el Gobierno
del Presidente Allende no era más que la última etapa antes de lograrlo.
En segundo lugar, la eficacia con que actuaron
las Fuerzas Armadas al derrocar al Presidente Allende y neutralizar a los focos
de resistencia permitió que la guerra civil larvada en que se encontraba el
país fuese sofocada con un costo relativamente bajo. Muchos se pueden
escandalizar por mi afirmación, pero seamos objetivos. Según el Informe Rettig
la cifra de muertos y desaparecidos por causa de la violencia política durante
el período 1973-1990 es de 3.197, de los cuales 2.774 son atribuibles a las
Fuerzas Armadas y 423 a la izquierda. Entiendo que para los familiares de los
muertos (de ambos lados) el costo es infinito, pero desde el punto de vista
social y situando los hechos en el contexto me parece, insisto, que el costo
fue bajo porque las circunstancias favorecían que el número de muertos fuese
mucho mayor. Desde la década de los ’60 la izquierda venía pregonando la lucha
de clases o violencia revolucionaria. Así es como el Congreso Pleno del Partido
Socialista ‒al cual pertenecía el Presidente Allende‒ celebrado en 1967 declaró
a todos los chilenos que la violencia revolucionaria “es inevitable y legítima…
Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico y
su ulterior defensa y fortalecimiento”. Es decir, iban a matar para llegar al
poder y una vez en él iban a seguir matando para perpetuarse en él.
La postura de los otros partidos y grupos de
izquierda era similar. Por ejemplo, en 1970, Gregorio Liendo ‒conocido como
“Comandante Pepe” y segundo del MIR‒ declaró en una entrevista que tenía que
“morir un millón de chilenos para que el pueblo se compenetre de la revolución
y ésta se convierta en realidad”; en ese momento la población chilena era de
8,8 millones de personas, por lo tanto la cifra del Comandante Pepe
significaba… ¡más de un 11% de la nación! ¿Imposible que ocurriera? En
absoluto: en Ruanda un enfrentamiento civil ocurrido en 1994 dejó 1 millón de
muertos y la población del país era de 6 millones. Concedo que es poco probable
que en Chile se hubiese llegado a esa cifra, pero la frase de Liendo ilustra el
nivel de odio que impulsaba a los izquierdistas extremos de esa época. Como
demostración, por esos mismos días en que el Comandante Pepe realizó la citada
declaración, sus hombres se tomaron el fundo “La Tregua” en Panguipulli,
perteneciente a una mujer viuda, Antonieta Maachel, quien “fue secuestrada y
ultrajada en forma brutal por todos los forajidos de la banda, y en su
desesperación se quitó la vida en su dormitorio, mientras sus agresores se
daban un banquete en el comedor de su casa. Dejó tres hijos adolescentes
librados a su suerte y despojados de sus bienes” (descripción de una amiga de
la infortunada en una carta a El Mercurio). Los hombres del “Comandante Pepe”
practicaron lo que los izquierdistas vociferaban por las calles de nuestras
ciudades, como reconoció 40 años más tarde Roberto Ampuero en su columna del
mismo diario pidiendo perdón a los chilenos porque en su calidad de joven
miembro del Partido Comunista “entre 1970 y 1973 desfilé por las calles
convencido de que a la democracia de Chile había que arrojarla por la borda… y
vociferando… ‘los momios al paredón, las momias al colchón’”. No eran solo
palabras, como lo demuestra el drama de Antonieta.
En fin, no sabemos cuántos hubieran sido los
muertos si las Fuerzas Armadas no hubieran actuado esa mañana del 11 de
septiembre hace 41 años, pero estoy convencido de dos cosas: (1) estaban dadas
las condiciones para que el número de muertos fuese mucho mayor; (2) la principal
causa y culpa de los dolorosos acontecimientos aquellos no radica en quienes
derrocaron al Presidente Allende y constituyeron el nuevo Gobierno, sino en
aquellos que encendieron el odio y que hasta hoy le deben al país un mea culpa.
Con lo dicho hasta aquí hay más que suficiente
para estar agradecidos. Pero además el Gobierno de las Fuerzas Armadas
reconstruyó la institucionalidad nacional. Fue una tarea titánica que involucró
a muchos de los mejores chilenos de la época y que quedó fraguada en la Constitución
de 1980. Hace 20 años un joven colombiano estudiante de Ciencias Políticas
Chile me comentó admirado que el artículo primero de nuestra Constitución le
parecía un poema: “Los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos.
La familia es el núcleo fundamental de la sociedad. El Estado reconoce y ampara
a los grupos intermedios…” Siglos de evolución política y de influencia
cristiana quedan reflejados en ese artículo primero.
Uno de los conceptos fundamentales que inspiró
la nueva institucionalidad es la doctrina de la subsidiariedad, tomada de la
Doctrina Social de la Iglesia y cuya aplicación en el ámbito económico ha
permitido cuatro décadas de progreso. Pero primero hubo que restituir el
derecho de propiedad devolviendo las empresas expropiadas e intervenidas
ilegalmente por el Gobierno de la Unidad Popular; luego se modificó la
legislación laboral, minera, bancaria y tributaria; se dotó al Banco Central de
autonomía para manejar la política monetaria; la Hacienda Pública se manejó con
responsabilidad para establecer y mantener equilibrios macro económicos…; en
resumen, se limitó el papel del Estado para entregarle a los chilenos la
responsabilidad del desarrollo económico y ello permitió que desde 1975 a la
fecha el país cuadruplicara su riqueza per cápita y redujera la pobreza de 50%
a 11%.
Como resultado de las políticas del Gobierno
militar muchos chilenos pudieron
emprender y crearon pequeñas y medianas empresas que hoy constituyen
buena parte de la base productiva del país. A ello también contribuyó la
creación de un ingenioso sistema tributario en virtud del cual los empresarios
tributamos no por las ganancias de nuestras empresas sino por las ganancias
personales (o retiros), conocido como Fondo de Utilidades Tributables o FUT, lo
que promueve que la mayor parte de las utilidades sean devueltas a la sociedad
vía reinversión. Siendo hijo y continuador de uno de esos pequeños empresarios
que debieron soportar el desorden, la corrupción e intervencionismo arbitrario
del Estado durante los infaustos años del gobierno marxista, me siento
especialmente obligado a dar gracias a quienes hicieron posible la
liberalización de la economía.
Otra importante reforma fue la privatización de
la administración de los fondos de pensiones mediante la creación de un sistema
de capitalización individual que reemplazó el antiguo sistema de reparto.
Gracias a esta reforma el monto de la jubilación de una persona es el resultado
directo del ahorro que haya realizado ella misma. A su vez, a nivel macro este
sistema constituye un potente mecanismo de ahorro nacional y que ha
contribuido, inversión mediante, al espectacular crecimiento económico del
país. Por contraste, los países que han conservado los sistemas de reparto se
enfrentan actualmente a la insolvencia
de su sistema de pensiones, lo cual recarga el gasto público favoreciendo que
muchos de ellos estén hundidos en una crisis económica que se arrastra por años
y ahora buscan con desesperación una solución. Les llevamos 34 años de ventaja.
La lista de razones para agradecer puede ser
engrosada por varias otras reformas y aciertos; por ejemplo: se creó el sistema
privado de prestaciones de salud; se crearon las condiciones para el
surgimiento de universidades permitiendo que hoy un millón de jóvenes accedan a
la educación universitaria; se evitó una guerra y sin ceder soberanía (por
contraste, el Gobierno siguiente cedió soberanía sin que hubiese peligro de
guerra); la acción policial y militar permitía, a pesar del terrorismo, un
clima de orden y seguridad que hoy se echa en falta (mi oficina ha sido robada
en cinco ocasiones, mis tiendas son asaltadas con frecuencia, hace poco una
casa de mi cuadra fue asaltada y la mujer que la cuidaba fue violada por los
seis asaltantes). Pero lo más importante, tal vez la síntesis de todas las
transformaciones, es que se le entregó a cada chileno la responsabilidad por su
vida y la de su familia, de manera que no sea el Estado −esa entelequia anónima
e impersonal− el que planifique y administre nuestras vidas, sino que cada uno
sea dueño de su propio destino.
Muchos no lo entienden y otros lo entienden pero
prefieren que sus vidas sean manejadas por burócratas a quienes ni siquiera
conocen. Yo lo entiendo y lo valoro. Y por eso doy gracias a todos quienes lo
hicieron posible: a los Comandantes en Jefe de las Fuerzas Armadas y de Orden
que asumieron la tremenda responsabilidad ese 11 de septiembre hace 41 años y
encabezaron el nuevo Gobierno (Augusto Pinochet, José Toribio Merino, Gustavo
Leigh y César Mendoza); a quienes los sucedieron en la tarea; a quienes
estuvieron a sus órdenes; a quienes combatieron el terrorismo, algunos de ellos
muertos en servicio y otros hoy injustamente presos; a los civiles que,
recibiendo sueldos a veces muy inferiores a los que podían recibir en el sector
privado ‒y sin recibir sobresueldos‒ asumieron funciones públicas para ayudar a
construir la nueva institucionalidad (como Sergio de Castro, Miguel Kast, José
Piñera, Hernán Buchi, por nombrar sólo a unos pocos); a Jaime Guzmán, quien que
pagó con su vida el aporte realizado en la elaboración de la nueva Constitución
y que no se cansó de predicar las falacias del marxismo.
A todos ellos, muchas gracias y que Dios los
bendiga.
Tomado de http://viva-chile.cl
¡Que reconocimiento más claro y contundente a quienes atajaron las locuras de Allende e impidieron la instayración de una dictadura castrista en nuestro país! Felicito, con toda sinceridad, a su autor y distribuiré este documento entre todos mis familiares, conocidos, vecinos y amigos personales, solicitando que que viralice para llegar a la mayor cantidad de chilenos dormidos en la inconsciencia o engañados por el populismo.
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