(Alfredo Jocelyn-Holt, historiador y
académico de la Universidad de Chile.)
El
"11" en serio,
por Alfredo Jocelyn-Holt.
¿Cuándo vamos a
poder discutir sobre el 11 de septiembre en serio?: 1. Cuando admitamos que no
hay ningún grupo político de los de entonces que no haya contribuido al
desenlace, sine qua non si queremos avanzar en la discusión. Por tanto,
cualquier versión histórica unilateral que se ofrezca probablemente no va a
servir mucho.
2. Cuando concordemos que es más
difícil entender que enjuiciar. No es cierto que la historia sea objetiva y no
comprometida (esa es una beatería). Con todo, ello no significa que los juicios
históricos pesen igual que los juicios ante tribunales. En derecho hay una
norma de clausura: la cosa juzgada. Nada equivalente sirve de límite cuando
reflexionamos sobre la historia.
3. Cuando coincidamos en que
responsabilizar históricamente de esto o aquello a alguien nunca es
condenatorio, no al menos como puede serlo en derecho. Es más, la historia es
disciplina contemplativa, no de acción; sirve para pensar (v. gr. sobre el mal,
cómo y por qué se produjo), no para andar persiguiendo a uno que otro malo
impune por ahí.
4. Cuando dejemos también de
erigirnos en “dueños de la historia” a modo de venganza y así compensar la
falta de justicia. “Dar lecciones de moral nunca ha sido prueba de virtud”
(Todorov). Si vamos a discutir, que sea de buena fe, encaminados a entender y
aclarar, no ganar puntos de rating.
5. Cuando tomemos conciencia que el
pasado per se no habla por sí solo, y menos imputa. La historia supone
historiadores, ojalá doctos, quienes ordenan, hacen sentido de hechos o sucesos
sin cuya mediación aparecerían ininteligibles, absurdos o caóticos.
6. Cuando reconozcamos que no es sólo
cuestión de recordar. Memoria e historia no son lo mismo. La memoria no es
siempre confiable y, de hecho, las memorias (siempre en plural) pueden seguir
dividiéndonos, aclarando nada.
7. Cuando aprendamos a manejar mejor
las imágenes. Se nos puede bombardear con imágenes (como las “prohibidas” del
reciente programa de televisión), pero no bastan. Las imágenes son y no son
“evidencia”; siempre son efectistas. Nos pueden impactar, conmover,
escandalizar una y otra vez (es decir, pueden desenterrarlas y repetir año a
año el programa), pero eso no asegura que las entendamos. Hay que saber
contextualizarlas.
8. Cuando dejemos de sacralizar la
historia convirtiéndola en ritual conmemorativo, muy católico, con capillas
siempre ardientes.
9. Cuando admitamos que la historia
-el cómo se la cuenta- también tiene su historia. Por eso, en los años 90, urgía
cargarles la mano a los defensores del golpe, quienes seguían negando un cuanto
hay obvio. Ahora pasa lo contrario. Se ha impuesto un discurso políticamente
correcto que ha terminado por hacer un culto y sacerdocio de la victimización
insatisfecha. Inquisidores infatigables que desentierran víctimas para que
vuelvan a penar a culpables (y a los quizá ni tanto trabajándonos la culpa)
hacen de la historia algo muy penoso.
10. Cuando convengamos que si bien la
historia no es sólo de historiadores y para historiadores (por suerte), tampoco
puede ser sólo de aficionados y para un público “cool” que quiere que se le
ponga al día masajeando sus prejuicios biempensantes.
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