Del
"Minuto Heroico" al "Primer Sentido",
por Hermógenes Pérez de
Arce.
Dicen que la escena del Diputado Ignacio
Urrutia pidiendo el minuto de silencio en memoria de Pinochet y de los quince
valientes que lo apoyaron de pie en la Cámara dio la vuelta al mundo, recinto
este último (y también aquél) en que los partidarios de la sociedad libre somos
minoritarios y, por tanto, en gran parte del cual sorprendió que se rindiera
tributo a la memoria del salvador y reinstaurador en Chile de la misma.
Su legado, que partió con la derrota armada del
marxismo totalitario a un costo mínimo, pues en lugar del millón de muertos que
preveía el guerrillero Comandante Pepe en la guerra civil que preparaba,
resultaron apenas 3.197, después siguió con la consagración del principio de
subsidiariedad y las garantías individuales reconocidas en la Constitución de
1980, el fortalecimiento del derecho de propiedad que atrajo la inversión
extranjera e incrementó la nacional; las privatizaciones, la creación de la
salud y la previsión privadas, la liberación del comercio internacional, la creación
del FUT y las rebajas de impuestos y, en fin, que culminara con la restante
panoplia de libertades que le hizo posible a Chile convertirse en la “joya más
valiosa de la corona latinoamericana” (Clinton), no ha sido olvidado. El Diputado
Urrutia y sus “quince de la fama” nos dicen, en esta hora en que está siendo
sistemáticamente demolido, que “aún tenemos Patria, ciudadanos”.
Habría sido eso lo más importante de la semana si no hubiera tenido
lugar otro “hecho esencial”: el inesperado y espontáneo reconocimiento de la
Presidente en cuanto a que su “primer sentido” le había dicho, al plantearse la
reforma educacional, que ésta debería partir por la enseñanza pública.
Eso es de una profundidad e importancia que
sólo un medio político tan superficial como el chileno podría soslayar o
utilizar apenas para obtener alguna ventaja propagandística transitoria.
Pues ese “primer sentido” de la Presidente es
por completo ajeno al evidente “verdadero sentido” de todo lo que hace su Gobierno,
partiendo por dicha reforma educacional: llevar a cabo en Chile una revolución
de izquierda. El tema de ésta no es “mejorar la educación”, sino “cambiar la
educación”. El punto está en ponerla en manos del Estado, es decir, de los
revolucionarios, y no en limitarse a procurar que ella sea mejor. De lo que se
trata, ha dicho el jefe de este compartimiento revolucionario, es “bajar de los
patines” a los mejores y no “subir a los patines” a los peores, cosa que se
lograría mejorando la educación pública, que es la más deficitaria, y dejando
tranquilos a los que obtienen logros superiores precisamente como consecuencia
de la libertad de que gozan.
Lo del “primer sentido”, entonces, confieso, me
ha hecho quedar completamente descolocado. Yo partía de la base de que Michelle
Bachelet 3.0 estaba empeñada en una gesta revolucionaria típicamente marxista,
y así como buscaba destruir el corazón de la libertad económica a través de la
mayor tributación, el corazón de la libertad social a través de la
re-estatización de la salud y la previsión, y el corazón de la eficiencia
productiva privada y del crecimiento mediante la reforma laboral, de igual modo
buscaba sacar de las manos de ciudadanos libres y plurales la enseñanza de los
niños chilenos. Por eso, precisamente, la reforma propuesta por su Gobierno
dejaba de lado e intacta la enseñanza peor, la pública, y centraba sus fuegos
en la restante, la privada, para terminar con la libertad de los privados en su
gestión y ponerla en manos del Estado, es decir, de los revolucionarios.
Pero ahora la Presidente nos sale con esta
inexplicable frase reaccionaria, su “primer sentido”, pleno de reflexión
positiva, inspirado en mejorar la enseñanza y, para eso, apuntar a comenzar por
remediar la peor, la pública.
Toda una declaración de principios en cuanto a
que realmente se debería asignar recursos a (y perfeccionar la labor de) las
escuelas municipales magras y decadentes, en lugar de dirigir los cañones del
acorazado Potemkin, capitaneado por el “tovarich” Eyzaguirre, a destruir hasta
el último bastión de la libertad de enseñanza de los emprendedores chilenos.
Por eso, al menos “aquí y ahora”, tanto el
“minuto heroico” como el “primer sentido” me hacen exclamar (provisoriamente)
emulando a Manuel Rodríguez después de Rancagua, “¡aún tenemos Patria,
ciudadanos!”
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