Sobre el
procedimiento Judicial,
por Pablo Rodríguez Grez.
Todas las encuestas sobre la opinión que merece
a los chilenos el funcionamiento y cometido del Poder Judicial dan cuenta de un
descontento permanente. Nuestros compatriotas no están satisfechos con los Tribunales
y desconfían de su eficiencia. De nada sirve ser titular de un derecho si los
medios para hacerlo efectivo no operan o las decisiones necesarias para darle
cumplimiento se arrastran durante largo tiempo, dejando indefensos a quienes
requieren protección.
La gente reclama "Justicia",
entendiendo como tal una reacción oportuna de los órganos jurisdiccionales, sea
para castigar un delito, reparar un daño u obtener la restitución de lo que le
pertenece. En los últimos años hemos avanzado, es cierto, pero no lo suficiente
como para estar satisfechos.
En el ámbito penal, operan dos factores
negativos: el "garantismo" (tendencia que pone acento en sobreestimar
los derechos del delincuente en desmedro de la víctima), y las inclinaciones
ideológicas de algunos Jueces que parecen condicionar sus resoluciones. Ambos
factores han ido mermando el apoyo ciudadano al sistema. Se percibe que, en
lugar de aplicar una sanción ejemplar y correctiva, con el propósito de desincentivar
a quienes infringen la Ley, se les asegura la libertad, a pesar de la
reiteración y la reincidencia.
Esta realidad ha traído como consecuencia, por
una parte, el rechazo del ofendido que se siente desamparado y, por la otra,
permite que se incremente la criminalidad gracias a una excesiva tolerancia.
Reiteremos lo que tantas veces se ha dicho, pero que se sigue desoyendo: el
combate a la delincuencia solo puede tener éxito en la medida que se aplique la
Ley sin contemplaciones y de manera efectiva. Agreguemos, todavía, que la
sensación de impunidad -el mejor tónico para el aumento del delito- se ha
extendido a sectores que ven a la fuerza pública y la judicatura no solo
sobrepasadas, sino incapaces de castigar a quienes violentan el mandato Legal.
Tal ocurre dramáticamente en la IX Región, que vive un verdadero alzamiento
armado, en nombre de reivindicaciones históricas que desafían abiertamente la
institucionalidad vigente.
En el área civil el descontento no es
diferente. Los litigios demoran varios años, incluso aquellos procedimientos
especiales, establecidos precisamente para que sean resueltos en forma breve y
sumaria. Una reforma procesal útil debería considerar a lo menos tres aspectos:
desplazar de los Tribunales los juicios ejecutivos que constituyen un subsidio
escandaloso en favor de las grandes cadenas comerciales, los bancos y centros
financieros y en los que predomina, sin contrapeso, lo administrativo por sobre
lo jurisdiccional; instituir procedimientos de tramitación concentrada, sin afectar
los derechos en juego, e incorporar principios que, como la oralidad, la
inmediación, la eficiencia y la celeridad permitan hacer realidad una Justicia
oportuna y de calidad. Nada de ello se logrará si atiborramos a los Jueces con
funciones y tareas que no les corresponden, las que, en todo caso, deben
financiarse por los beneficiados, y que consumen la mayor parte de la jornada
Judicial.
Lamentablemente, en lugar de enfrentar estos
problemas con realismo y sentido práctico, los llamados a legislar sobre la
materia optan por modelos teóricos, copiados de experiencias extranjeras,
divorciados de nuestras mejores tradiciones, y de tan alto costo, que casi
siempre queda pendiente la mayor parte de sus postulados.
La Facultad de Derecho de la Universidad del
Desarrollo preparó un proyecto de reforma del Código de Procedimiento Civil,
que introduce con prudencia innovaciones radicales, como transferir a un
organismo administrativo los juicios ejecutivos, liberando un espacio de tiempo
que permitiría a los Jueces optimizar su trabajo, todo ello sin sacrificar un
valioso patrimonio jurisprudencial y doctrinario, ni la experiencia de su
personal, a veces forjada durante varios años.
No menos importante resulta la intención de dar
flexibilidad al procedimiento, equilibrando los derechos de los litigantes,
evitando presiones y abusos, como suele ocurrir en la actualidad. Pero esta
proposición no ha encontrado eco, porque se prefiere estar en sintonía con
organismos foráneos que terminan imponiéndonos la dirección que debemos seguir.
Tanto el derecho sustantivo (constitucional,
civil, comercial, administrativo, etcétera), como el derecho adjetivo
(procesal), deben inspirarse y reflejar el carácter e idiosincrasia de los
imperados y apoyarse en lo que constituye una tradición centenaria. Nuestros Legisladores
parecen haber olvidado que el "Estado de Derecho" se sustenta en el
cumplimiento espontáneo de las normas jurídicas y que ello implica interpretar
los hábitos, usos, costumbres y aspiraciones de la comunidad. Por lo mismo, el
encanto por lo extranjerizante debilita lo medular del sistema jurídico.
UNA VEZ MAS, PABLO TIENE TODA LA REZÓN EN LO QUE EXPONE, Y QUIERO REFORZAR UNA IDEA. LA JUSTICIA, PARA SER EFICAZ, DEBE SER OPORTUNA.
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