El peligro de
la violencia.
Una semana después del atentado con una bomba
en un vagón del Metro, antenoche hubo en Santiago tres estallidos de carácter
incendiario que dañaron las puertas del templo de Santa Ana, declarado
Monumento Nacional, y otro explosivo, que alcanzó a ser desactivado, fue
hallado junto a un jardín infantil. Por las similitudes en sus materiales y su
confección, en ambos casos los autores podrían ser los mismos, y en la iglesia
se encontraron panfletos de apoyo a los chilenos que están presos en España por
este tipo de actividades y que acá habían sido absueltos de acusaciones
similares.
Si bien nadie ha reivindicado todavía el ataque
al Metro, con ocasión del bombazo del 1 de julio en la Cooperativa de
Carabineros, una publicación de corte anarquista lamentó que no se hubiera
logrado allí “un incendio destructor” y repudió las recientes condenas Judiciales
por el asesinato del Cabo Luis Moyano. Si a esta violencia urbana se suman los
ya habituales incendios en la zona centro sur (seis maquinarias forestales y
una vivienda en Arauco este domingo) y el que los daños causados por la
protesta de un grupo mapuche impidieran que comenzara a operar el nuevo
aeropuerto de La Araucanía, parece evidente el aumento de los actos de
violencia utilizados como arma de presión o de venganza.
Sería injustificable que las autoridades
encargadas de proteger la paz social y los derechos de las posibles víctimas
terminen por habituarse a esta situación sin reaccionar como es debido. Una
cosa son los debates de teoría Jurídica que permitan perfeccionar los
instrumentos Legales, como la Ley Antiterrorista, y otra muy distinta la
pasividad para usar las herramientas de que se dispone y la necesidad de una
acción coordinada y eficaz de las policías y el Ministerio Público, donde el
propio Fiscal nacional expresa preocupación y pide más recursos y atribuciones
para que las investigaciones lleguen a buen fin. Por cierto el problema no se
reduce a los grupos antisistema, porque existe también en otros ámbitos quizás
menos relevantes y por eso hay normas para evitarlo incluso en los espectáculos
masivos, porque la violencia no es nunca algo anecdótico ni trivial.
Al igual que en otros valores sustanciales como
la fe pública, aquí no importa tanto la cuantía de lo que resulta afectado como
la vulneración de un principio fundante de la vida en sociedad. Casi sin darnos
cuenta, se está pasando de los atentados simbólicos a otros que pueden ser
letales, y que además limitan la actividad diaria y normal de la población,
como el uso del Metro o la asistencia al jardín infantil. Hay ejemplos
dramáticos de países que así perdieron el rumbo, donde el uso de la fuerza fue
primero un hábito tolerado y luego se transformó en poder incontrarrestable. En
esto nadie puede eximirse de actuar, porque la mejor defensa está en los
ciudadanos que viven esa amenaza, pero quienes deben encabezar una política
decidida y eficiente son las autoridades en cada Poder del Estado, y sobre todo
el Gobierno, directamente responsable de cerrar el paso al mal de la violencia.
Tomado de Diario La Segunda.
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