Algunas verdades que han sido convenientemente
ocultadas por la izquierda mentirosa, que a contado con la complicidad con una
derecha cobarde y mal agradecida…
Siete
Respuestas Para Teresa,
por Hermógenes Pérez de
Arce.
Leo cada vez que puedo los escritos de Teresa
Marinovic, mujer valiente que les dice en su cara a los chilenos, desde
distintos medios, verdades que nadie más se atreve a expresar. Admiro su fluida
pluma y su coraje político. Además, le estoy agradecido, porque hace un tiempo,
entrevistada en CNN, manifestó algo que, yo creía, ningún habitante de esta
larga y angosta faja de tierra se atrevería a decir públicamente jamás: que
estaba de acuerdo conmigo.
Pero he leído (miércoles 6) en "El
Mostrador" su columna "El ocaso de la derecha y las preguntas
pendientes sobre Pinochet". Y tras leerla pienso que, claramente, ya no
estamos tan de acuerdo. Para mí es evidente que ella no salió indemne del
vendaval publicitario marxista desatado con motivo de los 40 años del Once. Eso
se refleja en sus siete preguntas sobre Pinochet y, por eso mismo, me he
sentido inmediatamente desafiado a contestarlas, en mi triple calidad de
derechista confeso, experto autodesignado en la historia chilena del último
medio siglo e inmune autodeclarado al lavado cerebral marxista.
Primera pregunta de Teresa: "¿Se puede
sostener --con base racional-- que Pinochet no estuviera al tanto de lo que
ocurría en materia de derechos humanos?"
Ahí ya ella nos comunica que ha sido presa de
la principal consigna adversaria: los "atropellos a los derechos
humanos", discurridos por la izquierda marxista. Si un guerrillero suyo
mata a un militar, no hay atropello a los derechos humanos. Si un militar mata
a un terrorista, sí lo hay, aunque el que declaró la guerra, el agresor, haya
sido el terrorismo marxista. La de los "derechos humanos" es una
doctrina ad hoc. La izquierda se armó para tomar el poder matando gente. Pero,
mediante una propaganda incesante, se ha transformado en víctima. Hábil
travestismo, pues anunció que sería victimaria (ahí están los acuerdos unánimes
de sucesivos Congresos del Partido Socialista declarando la guerra armada a la
"democracia burguesa"), tenía el contingente de tropas, precisado por
Altamirano en unos diez mil efectivos; la OEA contabilizó entre doce y quince
mil ingresos clandestinos al país durante la UP, y no de gente que viniera a
apoyar la labor de las Hermanitas de los Pobres. En 1972 chocaba en Curimón una
camioneta cargada de metralletas e inscrita a nombre de la secretaria del
Presidente Allende, la "Payita", señalando como su domicilio el
Palacio de La Moneda. Un guerrillero extranjero, empleado en una empresa
intervenida, asesinaba de un tiro a un Teniente de Ejército (Héctor
Lacrampette), en agosto de 1973. Entonces los principales líderes de la mayoría
democrática llamaron a las Fuerzas Armadas a intervenir. "Esto se arregla
sólo con fusiles", proclamaba Frei Montalva. Y los uniformados acudieron
al llamado, con fusiles. Entonces ahora Teresa pregunta si Pinochet estaba
"al tanto de lo que ocurría en materia de derechos humanos". Por
supuesto, no sólo él, sino que todos estábamos al tanto, "antes de la
batalla". Sabíamos que había miles de personas dispuestas a matar para
tomarse el poder, pero no sabíamos si iban a triunfar. No sabíamos cuán
efectivos eran los extremistas ni tampoco si las Fuerzas Armadas y Carabineros
se iban a dividir e iba a haber una guerra civil. Pinochet tampoco lo sabía.
Pero sí tenía claro que debía usar las armas. Entre el 11 de septiembre y el 31
de diciembre de 1973, según las dos comisiones formadas por la Concertación,
hubo 1.823 muertos, 301 a manos de la guerrilla extremista y 1.522 a manos de
los uniformados. Es decir, el 57 por ciento del total registrado entre 1973 y
1990. Y en esos tres meses las voces de los líderes políticos democráticos
defendían en todos los tonos el actuar de las Fuerzas Armadas y Carabineros.
Pero ni Pinochet ni todos estábamos "al tanto de lo que ocurría en materia
de derechos humanos". De hecho, creíamos que el número de muertos era
mucho mayor, pues la prensa extranjera hablaba de cien mil y yo pensaba que
exageraban y que no pasaban de diez mil. ¿Sabía Pinochet lo que hacía cada uno
de los cincuenta mil uniformados desplegados para terminar con la guerrilla
armada? No podía saberlo. Cuando en octubre, en el norte, un solo oficial
subalterno, por sí y ante sí, ordenó ejecutar a más de medio centenar de
personas en La Serena, Antofagasta y Calama, Pinochet recibió versiones
contradictorias sobre los responsables del hecho. No podía saber cuál de sus Generales
decía la verdad. Por consiguiente, no podía materialmente "estar al tanto
de lo que ocurría en materia de derechos humanos". Han transcurrido quince
años desde que se reabrió proceso por esos hechos del norte, y todavía no se
cierra. Ya antes, en 1986, habían sido investigados por el Juez de Antofagasta
y terminado en la aplicación de la amnistía. Pero los distintos oficiales
intervinientes en ellos polemizaban en cartas a "El Mercurio",
atribuyéndose mutuamente las culpas. ¿Cómo iba a saber Pinochet la verdad
entonces? Yo investigué el caso y escribí un libro al respecto y, creo, llegué
a la verdad. Y tuve ocasión de explicársela al Presidente Pinochet poco antes
de su muerte. Mi versión lo sorprendió mucho, sobre todo al saber que oficiales
inferiores, a los cuales consideraba sus amigos, habían procurado descargar en
él culpas propias. Entonces, Teresa, Pinochet "no estaba al tanto" de
un sinnúmero de cosas. Ni nadie, de todas ellas. Ésa es la respuesta.
Segunda pregunta: "Si estuvo al tanto de
lo que ocurría, con la brutalidad y arbitrariedad con que de hecho ocurrió,
¿pensaba que esos hechos se justificaban en términos de legítima defensa?"
El tenor de esta sola pregunta revela que
Teresa "compró el paquete propagandístico de la izquierda". Pinochet
no estaba al tanto de todo lo que ocurría, porque le habría sido imposible,
pero suponía, como Frei Montalva, Aylwin, Jarpa o yo, que los militares
disparaban contra los guerrilleros y que éstos disparaban contra aquéllos. Los
primeros disparaban mejor (1.522 muertos) y los segundos peor (301 muertos). Y
como Frei Montalva, Aylwin, Jarpa y yo habíamos llamado a los uniformados
precisamente para eso, los defendíamos. Jarpa y yo, hasta hoy; Frei Montalva y
Aylwin, hasta que se les pasó el miedo y les volvió la ambición. Ya a mediados
de 1974 Aylwin, sintiendo que su vida no corría peligro y que extrañaba
demasiado el poder, fue a visitar al Ministro de la Corte Suprema, Rafael
Retamal, para representarle el hecho de que no se estaban acogiendo muchos
recursos de amparo de detenidos por sospechas de pertenecer a la guerrilla. El Juez
Retamal le replicó (según versión de Aylwin en sus memorias): "Mire,
Patricio, los extremistas nos iban a matar a todos. Ante esta realidad, dejemos
que los militares hagan la parte sucia, después llegará la hora del
derecho". Ése era el pensamiento de un Juez. ¿Usted cree que el
pensamiento del General Pinochet podía ser más exigente que el de un Juez, en
materia de derechos humanos? Ese Juez, que era de inclinación pro-DC,
sabidamente, no creía que hubiera "brutalidad y arbitrariedad", como
usted lo cree ahora, 40 años después; y sí creía que había una respuesta
proporcionada al peligro que amenazaba a nuestra sociedad. Entre otras razones,
porque el Intendente de Santiago, durante la UP, había proclamado públicamente,
respecto de los Ministros de la Corte Suprema, que "habría que matar a
todos estos viejos momios", por el delito de hacer respetar el derecho de
propiedad contra las "tomas" ilegales amparadas por el Gobierno UP.
Tercera pregunta: "Si realmente estábamos
en estado de guerra y había antecedentes como para suponer que existía
capacidad real de resistencia de parte del enemigo ¿con qué estándar ético se
forma en el Ejército de Chile para enfrentar al enemigo?"
Hace unas semanas, en el programa
"Tolerancia Cero", el abogado Luis Valentín Ferrada acreditó que
desde hace muchos años los oficiales de inteligencia antisubversiva chilenos
recibieron instrucción en los Estados Unidos, incluso durante el Gobierno de la
Unidad Popular. Hoy día vemos en las noticias que los norteamericanos, en la
lucha antiterrorista, están unánimemente en favor de la eliminación física de
los sospechosos de terrorismo, mediante drones o cohetes lanzados desde
helicópteros. El Presidente Obama, Premio Nobel de la Paz, mandó matar a Osama
Bin Laden sin forma de juicio y luego lanzó sus restos al mar, con unánime
respaldo mundial. El ex Presidente Bush, en sus memorias, explica que métodos
de apremio, como sumergir la cabeza de los sospechosos bajo el agua hasta que
revelaran sus proyectos secretos de atentados, allá son Legales. Los israelíes
pasaban año a año Leyes regulando la tortura en la lucha antiterrorista. Acá,
bajo Allende y bajo Frei Montalva, no habiendo una amenaza terrorista
generalizada, sí se practicaba la tortura en los interrogatorios de la policía
política, como está ampliamente documentado. Todos esos eran "estándares
éticos" en su momento y habría sido extraño que, ante la amenaza de un
terrorismo armado y activo de más de veinte mil efectivos, el Gobierno Militar
se hubiera puesto más riguroso que sus antecesores civiles, los Estados Unidos
o Israel para enfrentar al terrorismo extremista. Claro, hay una diferencia:
cuando los soldados norteamericanos que han luchado así contra el terrorismo
llegan a un aeropuerto, la gente se pone de pie y los aplaude; acá los meten
presos.
Cuarta pregunta: "Más allá del Golpe ¿hay
alguna razón que explique que Pinochet se mantuviera en el poder durante el
tiempo que lo hizo, sólo en su calidad de General Libertador de la amenaza
marxista?"
Bueno, la autoridad ejecutiva del Gobierno
Militar, hasta 1981, residió en la Junta Militar de Gobierno, que fue Presidida
por Pinochet. No fue un régimen unipersonal. Después de 1980, Pinochet fue
Presidente elegido en un plebiscito, con más del 60 por ciento de los votos. Y
todos los encuestadores que sondearon la opinión de los chilenos en 1980
coincidieron en que lo respaldaba una mayoría. Luego, él fue parte del poder
Ejecutivo, Legislativo y Constituyente hasta 1980, compartiéndolo con el resto
de la Junta; y fue Presidente elegido hasta 1989, de acuerdo con la
Constitución. Esas razones explican su permanencia.
Quinta pregunta: "¿Cuál fue la actitud que
tuvo el General frente a los miembros de las Fuerzas Armadas que se opusieron
al hecho de que él mantuviera el poder político, aún cuando habían sido
partidarios del Golpe?"
Se aclaró antes que él compartía el poder en la
Junta, hasta 1981. Después, fue titular electo del Ejecutivo y la Junta del
Legislativo. Que se supiera, el único General que se alzó contra las políticas
sustentadas por la Junta fue el General Leigh, quien fue destituido por acuerdo
unánime del resto de la misma Junta, dentro de sus atribuciones, tal como lo
hiciera años más tarde, en 1985, con el General Mendoza. No se supo de otras
disidencias.
En una oportunidad en que participé, como Director
de un diario, en un almuerzo con el General Pinochet, en los años '70, él nos
expresó algo así como: "Ustedes creen que es muy fácil prescindir de los
servicios de un General (había presiones de los civiles partidarios del
Gobierno Militar para que se destituyera a un alto ofical cuyas actuaciones
eran muy criticadas). "Pero", continuó Pinochet, "si yo remuevo
a un General, comienza a sonar en mi oficina el teléfono interno del Ejército y
desde distintos puntos del país me piden respetuosamente explicar las razones
de la remoción. Y eso es una situación delicada para cualquier Comandante en
Jefe", nos expresó, dándonos a entender que su proceder requería un
equilibrio muy cuidadoso.
Sexta pregunta: "¿Hay forma de demostrar
la muerte de alguno de ellos como hecho no fortuito?".
Hasta ahora nadie ha probado eso, pese a que se
ha intentado probar la intervención oficial en muertes sabidamente explicadas
por otros motivos, como el suicidio de Salvador Allende, el cáncer terminal de
Pablo Neruda y la desafortunada intervención quirúrgica que le costó la vida a
Eduardo Frei Montalva (similar a la que casi le costó la vida, a manos del
mismo cirujano, a la Senadora Isabel Allende, que por eso ha declarado
públicamente no compartir la tesis del "asesinato de Frei"). Pero
nunca se ha aportado una prueba seria de la muerte de algún General disidente
"como hecho no fortuito".
Séptima pregunta: "¿Por qué razón la
derecha, partidaria de las libertades individuales, justificó que éstas se
sacrificaran durante tanto tiempo? ¿Hay algún tipo de bien que legitime la
coerción de la libertad? ¿Por cuánto tiempo?"
La derecha se preocupó de inspirar al Gobierno
Militar con su ideario de defensa de las libertades, y por eso bajo ese régimen
fueron consagradas muchas libertades que el socialismo había cercenado o
limitado. Los chilenos tuvieron cada vez más libertad para elegir, trabajar,
emprender, viajar y disponer de lo suyo. Luego, no se sentían menos libres bajo
el Gobierno Militar, sino todo lo contrario. La libertad política estaba
limitada por el receso de los partidos, pero había amplia crítica pública a las
políticas oficiales. En los años '80 me correspondió probar, ante la Asamblea
de la Sociedad Interamericana de Prensa, que las publicaciones semanales de
carácter político, sañudamente críticas del Gobierno Militar, como
"Análisis", "Cauce", "Apsi" y "Ercilla"
(esta última fue reemplazada después por "Hoy"), eran más numerosas
que las publicaciones semanales favorables al Gobierno Militar. Había diarios
de oposición, como "Fortín Mapocho" y, en los '80, "La
Época". Cuando este último diario apareció, muchos dijeron, "ahora
vamos a saber la verdad de las cosas", pero resultó que no traía nada que
no apareciera en el resto de la prensa existente y a la cual se tachaba de "sometida
al régimen". Y justamente por eso "La Época" no prosperó. No se
vendía. Finalmente, fue el propio Gobierno Militar el que impulsó una Carta
Fundamental con plenas garantías de libertad política y sus Leyes
complementarias sobre Partidos y Elecciones, complementando así las restantes
libertades individuales con la de carácter político-partidista y electoral. Y
por eso pudo llegar una plena democracia que rige hasta hoy y que fue
establecida por el Gobierno Militar y no, como algunos repiten sin base,
"conquistada" por sus adversarios.
Termina Teresa Marinovic su artículo diciendo:
"El hecho es que la derecha, la derecha en ruinas, no ha querido (no hemos
querido) dar una respuesta seria a esas preguntas".
Bueno, yo soy de derecha y las he procurado
responder, creo, seriamente. He escrito libros que lo hacen parcialmente, como
"La Verdad del Juicio a Pinochet", "Terapia para Cerebros
Lavados" y, últimamente, "Ni Verdad Ni Reconciliación", que
puede leerse, bajo el título de "El Libro de las Verdades Olvidadas",
en este mismo blog, con fecha 10 de septiembre (en realidad, apareció el 11,
pero este blog tiene el horario atrasado, no sé por qué). Más de tres mil
personas ya lo han bajado a sus computadores y, supuestamente, leído, lo que no
es frecuente para un libro chileno. También puede encontrarse, bajo el título
de "Ni Verdad Ni Reconciliación", "en las buenas
librerías". No ha tenido "lanzamiento" porque a estas alturas al
lanzamiento de un libro que reivindique la verdad histórica no acudiría casi
nadie, por miedo a la "funa" comunista. Y hasta ahora la prensa casi
no lo ha mencionado ("La Tercera" sí, una vez).
El tema de fondo consiste en explicar por qué
la derecha está "en ruinas", como dice Teresa Marinovic. Y yo creo
que la razón ha sido que ella se hizo parte de un Gobierno que no la
representa, ha traicionado la memoria de otro que sí la representó, ha
contribuido a encarcelar ilegal e injustamente a los militares que la salvaron
a ella y al país del totalitarismo y, en fin, porque retrocede constantemente
ante la propaganda adversa, sin ser capaz de defender ni sus propias
actuaciones ni sus propias ideas.
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