Comprender “hasta que duela”,
por Joaquín García Huidobro
Las declaraciones de
Patricio Aylwin sobre Salvador Allende, donde lo califica como un mal
Presidente, provocaron múltiples reacciones. Es comprensible: basta que nos
toquen nuestras heridas, para que los chilenos terminemos siempre hablando de
lo mismo y repitamos hasta el cansancio los mismos argumentos. ¿Por qué nos
sucede esto? Porque no estamos en paz con nuestro pasado más cercano.
En Chile podemos hablar
serenamente sobre Aníbal Pinto o Pedro Aguirre Cerda, pero todavía no es
posible hacerlo sobre la Unidad Popular o el Gobierno Militar. La razón es
sencilla: nadie ha sido capaz de escribir una historia inclusiva, en la que
todos los proyectos que se han disputado el corazón de los chilenos en los
últimos 50 años encuentren su lugar y sean presentados de manera coherente.
Cado uno cuenta la historia a partir de las propias heridas.
Sean de izquierda,
derecha o centro, todas las explicaciones tienen en común el afirmar que
estábamos muy bien hasta que llegaron unos hombres muy extraños, una suerte de
marcianos caídos del cielo, que empezaron a realizar cosas inexplicables:
expropiar la tierra y las industrias, destruir la economía, exiliar o torturar
a la gente. Nos pasa algo parecido al monarca del que habla Sui Generis:
“Yo
era el rey de este lugar,
hasta
que un día llegaron ellos,
gente
brutal,
sin
corazón,
que
destruyó el mundo nuestro”.
El rey somos nosotros,
que no podemos entender cómo cambió de repente una situación que nos resultaba
tan cómoda.
En el fondo, todos los
chilenos estamos representados por una canción que tocaba la radio en la época
de la UP:
“Los
comunistas mamá,
los
socialistas mamá,
que
se nos vienen mamá,
los
mapucistas.
Ya
no tenemos tranquilidad
ya
no podemos vivir en paz”.
La canción se burla del
pánico de la derecha ante el Gobierno de Salvador Allende, pero al mismo tiempo
muestra la incomprensión de sus autores ante el grupo social que buscaban
destruir. Pensar que las personas de derecha sólo se mueven por intereses
mezquinos es tan simplista como interpretar en términos de resentimiento los
empeños por transformar la sociedad.
Parece que los chilenos
no estamos dispuestos a hacer el esfuerzo por entender al otro. Esto muestra
que quizá no estemos muy seguros de nuestras propias ideas. Las rigideces
intelectuales son un signo de profunda inseguridad. Y quien se siente inseguro
suele reaccionar agresivamente, construyéndose un esquema que le permite
despejar ambigüedades y mantener su posición intocada.
Entender al otro no es
aprobar ni justificar su comportamiento. Se trata simplemente de mostrar sus
razones, y reconocer que no necesariamente es un malvado o un estúpido.
La tarea de comprender al
adversario es difícil y dolorosa, porque quizá muestre que no somos tan
inocentes como creíamos. Ya lo decía Gustave Thibon: “De todo el mal que se
hace en el mundo somos nosotros [...] cómplices o víctimas. Somos víctimas del
mal que hacemos y cómplices del mal que sufrimos”. Una persona que entiende
esto puede narrar la historia de otra manera, pero parece que entre nosotros
esa persona no existe.
Hasta ahora hemos
preferido fabricarnos un monigote y destruir así al adversario, que queda
reducido a una caricatura. A veces el monigote tendrá aspecto progresista,
otras vestirá uniforme militar o llevará chaqueta y corbata de empresario, pero
el mecanismo psicológico que opera es exactamente el mismo y tiene la misma
finalidad: tomar al otro como un ser malo e incomprensible; y, de paso,
ponernos a nosotros mismos en una situación de gran superioridad moral.
Este no es un defecto
exclusivo de los conservadores, pues en todo el espectro ideológico hallamos
actitudes parecidas. En el mejor de los casos, cuando se conoce a un adversario
que no corresponde al monigote, decimos: “es que tú eres distinto”, en vez de
reconocer que nuestro diagnóstico estaba equivocado.
un hijo perdido, un padre desaparecido, un hermano asesinado, una hija violada o torturada... quienes somos para creer que algo asi se olvida facilmente ????
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