A UN AÑO DEL
CAUPOLICANAZO.
Pudo ser una mañana cualquiera de un domingo de
otoño. Una más de aquellas para ir a hacer deporte o de compras al supermercado
o a la feria. Pero para muchos fue un día especial e inolvidable.
Por fin, después de mucho tiempo, se realizaba
públicamente un acto recordando a nuestro ex Presidente Augusto Pinochet Ugarte
con el estreno de un documental llamado “Pinochet” -ganador del Premio Hispania
de Oro en el 6° Festival de Cine Hispanoamericano realizado en Estados Unidos-.
Fue un evento masivo, conocido públicamente y con convocatoria abierta. Esta
vez no sería algo a puertas cerradas donde participarían los mismos generales
en retiro de siempre o en lugares alejados como el Club Militar de Lo Curro.
Esta oportunidad era especial. Y así fue
también el lugar. Uno con fácil acceso y central, a cuadras del metro y con
movilización casi a la puerta del recinto: Teatro Caupolicán.
Sí, el mismo que en su época de oro albergó
distinto tipo de eventos, luego pasó a ser el Teatro Monumental, muy venido a
menos bajo la tutela de Colo Colo y recuperado hace algunos años para ser
nuevamente centro de espectáculos y eventos.
Pero la que pudo ser una magnífica jornada,
terminó empañada por el odio de los mismos de siempre. Aquellos que pregonan la
libertad y la tolerancia a los cuatro vientos, pero sólo a su conveniencia. Los
mismos que golpean a ancianos y mujeres, pero cuando los enfrentan salen
corriendo. Los mismos que atacan cobardemente a rostro cubierto y por la
espalda.
Ya se sentía algo especial al bajar desde la
Alameda por San Diego o Arturo Prat. A los pocos pasos uno sentía que no iba a
ver un documental sino más bien era ir a un partido de alto riesgo.
No hubo mayor dificultad para hacer ingreso al
teatro, salvo aguantar uno que otro insulto o escupitajo. Las cerca de dos mil
personas ingresaron con calma al recinto.
Luego de unas emotivas palabras de Miguel
Menéndez Piñar (nieto de Blas Piñar) y de Augusto Pinochet Molina, entre otras
intervenciones, se dio inicio a tan esperado documental.
Al interior se vivía un ambiente de alegría,
reconocimiento y eternos agradecimientos a nuestras Fuerzas Armadas y Capitán
General. Aunque dependiendo de la ubicación obtenida, se sentía el picor del
ambiente que ingresaba y ya daba cuenta de bombas lacrimógenas.
Los mismos que alegan contra la violencia de un
régimen, le gritan “asesino” a todo aquel que piensa distinto, habían comenzado
a actuar, como saben, con violencia y no entendiendo que vivimos en democracia,
donde cada uno de los chilenos es libre de expresarse y de pensar como guste,
democracia que ellos destruyeron y no restauraron, por cierto.
La salida fue algo lenta, pero de segura tuvo
poco para todos quienes debieron caminar a pie hacia la Alameda o Avenida
Matta.
Allí comenzaron los piedrazos y botellazos de
los delincuentes de siempre, que cobardemente se esconden tras una capucha.
Agredieron a muchos adultos mayores que ese día fueron en paz a ver un
documental. También a mujeres de a pie o en sus automóviles.
Quizás el caso más recordado es el de Gina
Fachinetti, fuertemente atacada por hombres y mujeres con escupos, golpes de
puño e incluso patadas cuando no le quedó más que tirarse al suelo para
intentar defenderse del brutal y cobarde ataque del cual fue objeto.
También se atacó a personas en vehículos,
algunas lograron salir indemnes y otras terminaron en recintos de salud por
fracturas debido a piedrazos recibidos.
Pero hubo un grupo que no se quedó de brazos
cruzados. Unos comenzaron una especie de avanzada para así poder salir por
Avenida Matta y caminar tranquilamente al metro Parque O’Higgins y ahí los
“valientes” ya no lo eran tanto y retrocedían.
Sólo tienen bravura para atacar, como ya lo
hemos dicho, a gente de edad y mujeres además de semáforos, locales comerciales
y casas.
Nosotros entendemos y comprendemos el dolor de
algunos por la violación de DD.HH durante el Gobierno Militar -y además
solidarizamos con su dolor-, muchos de nosotros somos apuntados con el dedo por
pertenecer al “núcleo duro del Pinochetismo”. Pero somos ante todo amantes de
la paz, y si se busca en los archivos, nunca hemos sido nosotros los
iniciadores de la violencia.
Siempre han sido ellos los que ni siquiera son
capaces de sentarse y remar hacia la reconciliación -con legítimas
diferencias-, pero pensando en las futuras generaciones, las que no merecen
vivir con el odio que ellos han repartido por generaciones.
Resulta penoso ver a nuestro querido país tan
dividido con gente que odie tanto a otra por el simple hecho de pensar
diferente. Que sean capaces de descargar su ira rompiendo una automotora entera
y que después, la prensa cómplice, intenta justificar.
Debemos dejar toda esa basura que nos sigue
dividiendo y mirar al futuro, al bienestar de Chile y su gente, a que dentro de
las legítimas diferencias, busquemos la unidad, pero no una forzada sino una de
corazón, pensando en nuestros niños que no merecen vivir en un país donde se
agrede a otras personas por el simple hecho de juntarse a ver un documental.
No podemos permitir que las consignas marxistas
vuelvan a tomar fuerza, debemos estar unidos, atentos y alertas.
Debemos volver a derrotarlos de ser necesario,
por el bien de Chile, de su gente y de todos los que quieren vivir en paz.
El pasado debe quedar en los documentales, en
los libros y para los historiadores. Sin embargo, eso no significa que debamos
olvidarlo, pero se debe aprender de él sin arrastrar odios ni rencores.
Chile es una gran nación en base a una
institucionalidad sólida y un modelo económico que le ha traído progreso a la
gente, aunque algunos digan que todo está en crisis.
Pero aquellas voces que encienden las alarmas
son las mismas que destruyeron el país
ente 1970 y 1973, los mismos que agreden a Carabineros en las poblaciones o en
las marchas, esos mismos que cubren su cara.
A esos, de ser necesario, hay que derrotarlos
de nuevo, sin vacilación y con patriotismo, como ya lo hicimos una vez.
Y para eso estimados camaradas y compatriotas,
debemos estar preparados. Hoy no se observan uniformados valientes en los altos
mandos de sus instituciones cuando han sido capaces de abandonar a los suyos y
dejarlos a merced de las huestes enemigas.
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